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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Boxeo y derechos humanos

A la hora de su muerte, hubo unanimidad en destacar los valores humanos y deportivos de Muhammad Ali, también conocido antes de su conversión al islam como Cassius Clay, posiblemente el mejor boxeador nunca conocido y, para muchos, el atleta más extraordinario de todo el siglo XX. Superior incluso a otro compatriota suyo como Jesse Owens, también de raza negra, que humilló el sentimiento de superioridad de los nazis ganando cuatro medallas de oro en las Olimpiadas de Berlín de 1936. Concretamente, las de 100 metros lisos, 200 metros lisos, relevos 4 por 400 metros lisos y salto de longitud. Una hazaña que no le valió, sin embargo, para ser invitado por el presidente Roosevelt a la Casa Blanca ni evitar la vergüenza de verse obligado a hospedarse en hoteles segregados o viajar en las plazas de autobús reservadas a los de su raza. Pese a ser un héroe a nivel popular, Owens vivió malamente y tuvo que participar en espectáculos en los que competía en velocidad con caballos.

En la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos fueron decisivos los deportistas de elite que aprovecharon la popularidad proporcionada por sus éxitos para protestar contra los sucesivos gobiernos de una nación que los trataba como ciudadanos de segunda clase. En ese sentido, todos recordaremos a los velocistas John Carlos y Tommie Smith, tercero y primero respectivamente en la prueba de 200 metros de la Olimpiada de 1968 en México saludando desde el podio, con la cabeza inclinada y el puño extendido y cubierto con un guante negro mientras tocaba el himno de los Estados Unidos. La imagen dio la vuelta al mundo y puso de manifiesto las contradicciones internas de un país que solo era democrático para los ciudadanos de raza blanca pero mantenía a los descendientes de los antiguos esclavos africanos en condiciones de libertad muy limitadas.

En la prensa franquista de la época, siempre tan dispuesta a halagar al Gobierno norteamericano, se criticó la actitud de los dos atletas negros y en "La Vanguardia" de Barcelona se les atribuyó la condición de militantes de los Panteras Negras, una organización dirigida, al parecer, por Cassius Clay. Por supuesto, Cassius Clay no era líder de esa organización, pero sí un personaje famosísimo en el mundo tanto por sus éxitos en el ring como por su negativa, como objetor de conciencia, a ser reclutado para la guerra de Vietnam. Una oposición que le costó cinco años de suspensión de su licencia como boxeador y la pérdida del título mundial de los pesos pesados. "No quiero ser lo que vosotros queréis que sea", dijo desafiante.

Para desafiar a enemigos poderosos hay que estar muy seguro de las propias fuerzas y además ser muy valiente. Y Muhammad Ali era las dos cosas en un grado extraordinario. Hasta que él apareció en el ring, los pesos pesados eran unos tipos rocosos que lanzaban golpes demoledores sobre sus adversarios hasta abatir su resistencia, como hicieron Rocky Marciano (más del 80% de sus victorias lo fueron por KO) o Joe Louis (El bombardero de Detroit) que retuvo el título doce años. Muhammad Ali, en cambio, bailaba alrededor de sus enemigos con la guardia baja, algo impensable para un hombre de su peso y de su envergadura.

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