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El grupo de guiñol y la bruja Pepa

Antes que el teatro, para Sabino primero fue el guiñol en su adolescencia. Él aseguraba que fue un autodidacta, puesto que aprendió solo en el Frente de Juventudes a introducir los dedos y realizar los movimientos para dar vida a los muñecos. Acaso de ahí viniera la gesticulación tan característica de sus largas manos

Cuando empezó a ensayar, aquellos títeres aún se dividían en azules y rojos que, respectivamente, equivalían a buenos y malos. Los azules siempre molían a palos a los rojos, como no podía ser de otra forma.

Entre José Luís Fernández Sieira y él, crearon el espectáculo de "La bruja Pepa", que marcó un hito y dejó atrás aquel revanchismo. Con su obra ganaron un campeonato del Frente de Juventudes en A Coruña y luego se convirtió en un clásico del guiñol.

Bien recordaba Sabino el gran éxito compartido con su amigo Sieira en Vilagarcía, cuando tuvieron que suplir a un grupo de títeres que sufrió un accidente. A base de improvisación, desparpajo e ingenio, ambos salieron más que airosos de aquel envite. Nadie creyó que no estaba preparado.

Sabino repetía que para hacer guiñol había que tener espíritu infantil y fomentar la participación espontánea, "porque los niños no pueden estarse quietos ni callados". Precisamente el momento álgido de "La bruja Pepa" llegaba cuando la bruja y el diablo empezaban a preparar la caldera de agua hirviendo para meter dentro a la niña engañada. Entonces siempre estallaba el griterío infantil para advertir del peligro inminente que acechaba a la ingenua y confiada protagonista.

Imbuido por ese espíritu, Sabino hizo un día a su familia una proposición sorprendente: crear una compañía de guiñol y realizar una gira veraniega. "A las niñas les pareció estupendo. Pero mi mujer dijo que estaba loco y ahí se acabó el proyecto", contaba muerto de risa en la terraza del Savoy.

Muchas veces lamentó que Filgueira Valverde no apoyara su candidatura para asistir a un cursillo de marionetas en Suiza a cargo de un reputado especialista, padre de la famosísima perrita Marilín de Herta Frankel. El director del Museo optó por un colaborador del Tutelar de Menores, a fin de montar luego un guiñol con los chavales allí acogidos. Sabino tuvo siempre clavada esa espinita que truncó su proyección como titiritero.

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