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Utilidad de los jarrones chinos

Felipe González, el iraní Zandi, el sudanés Al-Bashir y las virtudes del silencio

Los papeles de Panamá han situado en primera línea de fuego a Felipe González. Para los más jóvenes, se ha de recordar que González fue presidente del Gobierno entre 1982 y 1996. Los de más edad recordarán sin ayuda que, tras asegurar en 1979 que "hay que ser socialistas antes que marxistas", González cambió la faz de España hasta el punto de que no sólo las carnicerías dejaron de tener moscas sino que, además, desde finales de la década de 1980, fue moneda común que la prensa hablase de corrupción y terrorismo de Estado. Asuntos que, por supuesto, no inventó González pero que, bajo su largo mandato, fueron aireados a los cuatro vientos. Después, se supone que no antes, se dedicó a los negocios.

A González, que fue quien acuñó la comparación entre un expresidente y un jarrón chino que no sirve para nada y nadie sabe dónde colocar, le disparan estos días con pólvora política destinada al 26-J y con pólvora mediática rescatada de viejos agravios. En esencia, lo que más se le reprocha es su apoyo explícito y reiterado a un empresario hispano-iraní, Massoud Zandi, para que se hiciese con importantes adjudicaciones.

Zandi, que controla la empresa Star Petroleum desde paraísos fiscales, tiene al parecer tras de sí rosarios de impagados y le debe 2,5 millones a la Hacienda española. Como, por otra parte, resulta que Juan Luis Cebrián -presidente del Consejo de Administración de Prisa, grupo editor del diario "El País", y hombre de inmemoriales relaciones de amor y odio con González- fue, según los papeles panameños, consejero de Star Petroleum hasta 2015 y aún es accionista de esa firma, la hoguera en torno a González se ha avivado con la que algunos medios han montado en torno a Cebrián, que no ha dejado de alimentarla con algunas querellas y algún despido. El más sonado, el de Ignacio Escolar, director de eldiario.es, que dejó de ser colaborador de la "SER".

Así de ardientes las cosas, la última revelación escandalosa ha sido que, en 2009, González escribió al presidente de Sudán, Omar al-Bashir, una carta de recomendación para que atribuyese una concesión petrolera a Zandi. Lo malo es que, seis meses antes, el Tribunal Penal Internacional había dictado orden de detención contra el sudanés, acusado de crímenes de guerra y de lesa humanidad, que posteriormente ampliaría a genocidio. Y, lo que ha parecido aún peor, en su carta González se despedía de Bashir con las habituales expresiones de respeto y afecto.

De todo lo anterior no puede sino concluirse, en primer lugar, un descreído ¿y?, equivalente a que la creencia en los Reyes Magos suele perderse hacia los siete años. No obstante, evacuado ese impulso de sinceridad, puede intentarse un ejercicio de responsabilidad democrática. Sea.

Para evitar este tipo de escándalos cabría recomendar a los expresidentes de Gobierno que limitasen su actividad política al ejercicio de su cargo nato de consejeros de Estado, lo cual les permitiría desarrollar sus actividades privadas en silencio político y en toda libertad, con las únicas limitaciones que impone la ley.

Si, por el contrario, deciden perserverar en el proceder, legítimo pero desaconsejable, de dar orientaciones políticas, cargadas a menudo de notas morales que, de modo incomprensible, justifican en la experiencia adquirida en el ejercicio de sus funciones, corren el riesgo de verse, como González, sometidos a fuego cruzado. Y mientras, los ciudadanos corren el riesgo de ser desorientados por quienes se rasgan las vestiduras con hipocresía. Es decir por todos aquellos que cuando dicen digo quieren decir quiero.

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