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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Asesinato de unos seguidores

El día 13 de mayo pasado, en las cercanías de Bagdad, un grupo de hombres armados entró en una cafetería donde se reunían seguidores iraquíes del Real Madrid y, sin mediar palabra, disparó indiscriminadamente contra ellos. Dieciséis ocupantes del local resultaron muertos y los asaltantes pudieron huir sin que hasta ahora se haya podido conocer su identidad ni los motivos que los llevaron a cometer el múltiple asesinato.

Varios días más tarde, el 29 del mismo mes, otro grupo de hombres armados entró en una cafetería de una localidad cercana y disparó a mansalva sobre un grupo de seguidores del Real Madrid que seguían por televisión la final de la Copa de Europa de fútbol. Cuatro de ellos resultaron muertos y doce más heridos de gravedad aunque todavía no hay certeza sobre el número exacto de víctimas.

Una vez conocidos los dos trágicos sucesos, la directiva y jugadores del Real Madrid, aparte de condenarlos moralmente, dedicaron su victoria a las víctimas y a sus familiares. A la hora de especular sobre los objetivos del ataque, he podido leer en los relatos de las agencias los testimonios esclarecedores de dos de los sobrevivientes. Uno de ellos se lamentaba de que los terroristas hubieran atentado contra uno de los pocos lugares donde la pobre gente pudiera tener la ocasión de distraerse un rato y olvidar momentáneamente los sufrimientos que padecen los habitantes de Irak, un país destrozado por la guerra y la codicia neocolonial. Y otro, apuntando hacia el fanatismo de supuesta inspiración islámica, aseguraba que a los autores de las dos matanzas no les gustaba el fútbol por considerarlo un deporte antimusulmán.

A un observador lejano de esas vivencias, como el que suscribe, le sorprende tanto la existencia en Irak de seguidores del Real Madrid (o de cualquier otro equipo de fútbol europeo) como el hecho de que los terroristas consideren que el fútbol es un deporte contrario a las enseñanzas de Mahoma. Respecto del primer asunto, uno comprende (relativamente claro) que la globalización económica y mediática haya propiciado transferencias sentimentales insólitas. Hasta el punto de que el amor indeclinable a los colores del equipo de nuestra ciudad, desde el nacimiento a la muerte, tenga que ser compartido oportunistamente con lejanos y exóticos televidentes. ¿Quién nos iba a decir hace unos pocos años que varios de nuestros clubes de fútbol más importantes (Valencia, Atlético de Madrid, Español, Málaga, etc.) iban a estar en manos de accionistas malayos, chinos, o de poderosos jeques árabes? ¿Y que el horario de los partidos de Liga pudiera estar condicionado por las exigencias de espectadores asiáticos?

En cuanto a la supuesta incompatibilidad de la religión islámica con el fútbol y en consecuencia a la utilización de la violencia para erradicar no solo su práctica sino también su contemplación, ¿qué decir? En el Corán, como en la Biblia, hay afirmaciones contradictorias respecto de cualquier cosa. Y en las enseñanzas de Mahoma convive perfectamente este mandato: "Matad a los idólatras allá donde los encontréis", con este otro: "Si algún idólatra te pide asilo, concédeselo". Hasta ahora, que sepamos, no hay ninguna condena al fútbol por ninguna autoridad religiosa. De hecho, la República Islámica de Irán le ofreció el cargo de seleccionador a Javier Clemente.

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