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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

La muerte bajó del cielo

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó Hiroshima cuando estamos próximos a conmemorar el 71 aniversario del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre aquella ciudad japonesa. 140.000 personas resultaron muertas y varias decenas de miles sufrieron horribles heridas y mutilaciones. Seis días después, el 9 de agosto de 1945, una segunda bomba atómica fue lanzada por la aviación norteamericana sobre la ciudad de Nagasaki y otras 60.000 personas se unieron al cómputo final de víctimas. Visto el demoledor resultado de un arma sobre la que Estados Unidos había guardado celosamente el secreto de su existencia, y de la que era en aquel momento su único poseedor, Japón aceptó la rendición incondicional.

Se ha discutido mucho entre los historiadores si en la orden del presidente Truman para emplear la energía atómica como arma de guerra influyó su deseo de evitar un alto índice de bajas entre las tropas norteamericanas en el supuesto de una invasión del territorio japonés (el precedente de la batalla de Okinawa había traumatizado al alto mando militar norteamericano), o por el contrario se trató de una deliberada exhibición de fuerza hacia el resto del mundo empezando por la Unión Soviética, entonces un reciente aliado en la lucha contra el nazismo, pero al que se adivinaba como principal enemigo en una "guerra fría" que habría de iniciarse acto seguido. Adviértase que, cuando Truman tomó la decisión de lanzar la bomba atómica sobre un grupo de ciudades japonesas previamente elegidas (Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki), todavía estaba reunido (25 de julio de 1945) en el barrio berlinés de Postdam con Churchill, Stalin y Chiang-Kai-shek para analizar las consecuencias de la derrota de Alemania y proceder al reparto de las respectivas zonas de influencia. Y no hay evidencia de que les hubiera hecho revelaciones a los aliados sobre sus planes inmediatos.

Los partidarios de la primera tesis justifican la decisión en base a razones de pura estrategia militar (todavía en 1991 George Bush dijo que las dos bombas atómicas habían salvado millones de vidas). Y los de la segunda, en la necesidad de demostrar al resto de las naciones, y en especial a la Unión Soviética, que a partir de ahora solo había una gran potencia. Un sentimiento de superioridad moral, y sobre todo militar, que expresó muy claramente Truman en sus diarios al definir a Estados Unidos como los "directores del mundo hacia el bienestar común". En realidad, cuando se lanzaron las dos bombas atómicas, tras los brutales bombardeos masivos con fósforo de Tokio y Kobe, Japón ya estaba prácticamente derrotado y se negociaban las condiciones de su rendición.

Transcurridos 71 años de aquellos acontecimientos terribles, un presidente norteamericano visita Hiroshima para hacer una reflexión moral sobre los hechos, y lo hace de una forma poética. "En una mañana clara y sin nubes -dijo-, la muerte cayó del cielo y el mundo cambió". La frase es bonita pero oculta una evidencia. La muerte no cayó sola del cielo como si fuese una venganza divina sino por una decisión humana que, en ningún caso, puede justificarse moralmente. Aunque Obama aprovecha la ocasión para situar en aquellos bombardeos despiadados la oportunidad para iniciar "nuestro despertar moral" y abogar por un mundo sin armas nucleares.

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