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Ceferino de Blas.

De Botticelli a Vindel

Uno de los museos de Santiago de Chile intentaba captar visitantes el pasado invierno con la figura de Botticelli, uno de los grandes artistas del Cinquecento. No es que se exhibiese una exposición del pintor italiano, sino una de sus obras, un cuadro perfectamente situado en la zona central del museo, que se encuentra detrás de la Casa de la Moneda, sede del gobierno chileno. Es el edificio que bombardeó el general Pinochet el 11 de septiembre de 1973 para derrocar al presidente Salvador Allende, y del que salió cadáver (si se suicidó o no, es cosa de los historiadores). Las huellas del ataque aún son perceptibles.

El buen reclamo del "Centro Cultural Palacio de La Moneda", que cumple el X aniversario de su fundación, fue generalmente encomiado y arrastró muchísimo público. La contrariedad de los visitantes despistados por la ambigüedad del anuncio, que esperaban ver una exposición completa, se disipaba con la contemplación de la maestría de Botticelli. Su tríptico, de ambiente religioso (La Virgen, el Niño y dos ángeles) es el acontecimiento cultural del año en la capital chilena.

El ejemplo sirve para ilustrar el tirón de una gran obra de arte en una ciudad que no cuenta con grandes museos, y de repente recibe la de un maestro reconocido mundialmente. Una de esas imágenes que aparece en los libros de arte como un ejemplo universal.

Vigo milita museísticamente en la Segunda División B. Sus museos no cuentan con obras de primer rango ni una pieza descollante con capacidad para arrastrar un público masivo.

Aunque hubo un tiempo, en los años treinta, cuando se creó el Museo de Castrelos en que se abrió la perspectiva de poder albergar piezas relevantes. Fue cuando Sánchez Cantón, un preboste del arte y a la sazón subdirector del Museo del Prado, con la complicidad de Antonio Palacios, trajeron al nonato museo docena y media de cuadros de los que rara vez se exponen en la gran pinacoteca nacional, pero figuran en su inventario. Una señal de garantía de que son obras sobresalientes, por el autor o la calidad de la pintura.

Entonces se abrió la posibilidad de que llegaran a Vigo más cuadros de los que se guardan en los almacenes del Prado, que prestigiarían a cualquier otro museo en exposición permanente. Pero la guerra civil y otras circunstancias lo impidieron. En Castrelos lucen las cesiones de antaño que dan empaque al museo, aunque son obras de pequeño formato.

Ahora se anuncia un acontecimiento cultural en Vigo: la llegada del pergamino de Vindel, que contiene las cantigas musicadas de Martín Códax, y se guarda en el Morgan Library Museum de Nueva York.

En el año 1962, el cronista oficial de Vigo, José María Álvarez Blázquez, escribió uno de los textos de referencia sobre el poeta medieval: "Martín Códax, cantor do mar de Vigo", del que José Ramón Pena dice que "causa admiración". Fue reeditado por "Xerais", en 1998, con motivo de dedicarse el Día das Letras a los poetas medievales de la ría: Martín Códax, Mendiño y Xoán de Cangas.

En aquella lujosa y espléndida edición, fue reproducido el pergamino Vindel, con sus partituras y la letra de los poemas, a los que acompaña el escrito de Álvarez Blázquez, con introducción y notas del profesor Pena.

Es un libro de pequeño formato, pero que figura en las bibliotecas de todos los bibliófilos y, que al hilo de los acontecimientos, merecería ser reeditado, por la reproducción de las cantigas musicadas y por la belleza del opúsculo del que fuera cronista oficial de Vigo.

El pergaminos, descubierto por el librero Pedro Vindel hace un siglo, a modo de forro de un libro de Cicerón -los grandes hallazgos suelen ser casuales-, llegará a Vigo por vez primera. Es un acontecimiento de primer orden porque se trata de la pieza artística más relevante que nunca hayan albergado los museos vigueses.

No es un Frangélico, un Bosco ni un Botticelli, ni tiene el arrastre visual de ninguna de sus pinturas para ubicar en la zona más noble del espacio vigués que lo acoja.

Pero depende de la imaginación de los responsables museísticos, y del buen tino de los representantes de la cultura viguesa, revestirlo de atractivo para que el acontecimiento de su exposición tenga una respuesta pública en sintonía. Hay tiempo para prepararlo.

Si no se logra que el Vindel bata récords de visitas y atraiga a especialistas de toda la Península será un fracaso.

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