La industria pesquera gallega afronta de nuevo la obligación de superarse. En esta ocasión el reto se llama Fandicosta, pasto de un voraz incendio que hace tres semanas dejó a la factoría moañesa reducida a menos de la mitad. Un golpe mayúsculo para una compañía que factura por encima de los 100 millones y emplea a 250 trabajadores con picos de hasta medio millar. El desafío es colosal. Pero nada que no hayan hecho otras antes y que no merezca la pena acometer. "Vamos a reconstruirla porque hay muchas familias que tienen que comer", proclamó su fundador y presidente, Ángel Martínez, decidido a seguir adelante. Así que ahora toca que todas las partes implicadas, las administraciones las primeras, se comprometan desde ya mismo. Con hechos. Porque es mucho lo que está en juego y es un problema de todos. Y Galicia no puede permitirse el lujo de perder por un infortunio la séptima industria pesquera de España.

La internacionalización de la industria pesquera permitió a las empresas gallegas la diversificación de mercados y propició un incremento exponencial de sus ingresos, pero también añadió al tablero más actores contra los que competir. El escenario que dibujan siempre los analistas financieros es el de una jungla, una batalla constante por ganarse la atención y la confianza del consumidor. Por ganarse el dinero de los clientes, al fin y al cabo, en lineales con decenas de productos con la misma base: la proteína marina. Pero por mucho que la demanda esté creciendo, y lo hará a un ritmo del 3% anual hasta 2020, es verdad que no hay espacio para todos. Pero sí para los mejores.

Y Fandicosta estaba inmersa en ese grupo con grandes aspiraciones, en pleno proceso de expansión y de apuesta por una marca propia.

Afortunadamente, aunque con graves heridas, la compañía pesquera, de congelado, elaboración, trading y comercialización de Moaña no está muerta ni mucho menos. Bastó menos de una semana para que el tesón de su presidente la hiciera volver parcialmente a la actividad aprovechando el resto de las instalaciones que se salvaron de la quema. Todo menos pararse y quedarse quieto porque su objetivo no es otro que resarcirse de las cenizas para volver a ser lo que fue cuanto antes. Habrá que pasar todavía por un doloroso y largo proceso, pero nada imposible. Sabe muy bien de qué habla porque él fue quien levantó hace 40 años la compañía y la hizo grande con fondos propios. No obstante, por su ejemplo, perseverancia y superación, es considerado como uno de los profesionales más respetados del sector. La ola de solidaridad con la empresa que siguió al incendio así lo atestiguan.

Fandicosta estaba dispuesta a crecer, a emprender una vía tan compleja como la de abandonar la marca blanca y cautivar al consumidor con su propio nombre. El siniestro se cruzó en su camino justo en el momento de su nuevo despegue, con el objetivo de continuar creciendo. Dejó atrás un incremento del volumen de negocio del 74% en solo seis años (2009-2015), de los 61 a 107 millones, con una empresa edificada desde cero frente al mar, pero lo hizo solo para coger impulso. Y, tras el siniestro, ha tenido la energía y la determinación de empezar a trabajar para levantarla de nuevo. Lo hace, y así lo dice, porque no sabe hacer otra cosa. Su equipo, con plena confianza en él, está dispuesto a acompañarlo hasta el "nuevo día de la inauguración".

Pero necesita apoyos cuando menos similares a los que otras compañías en otros lugares han tenido. Y para facilitar el difícil trance a la plantilla. En Castilla y León, donde Campofrío perdió su fábrica de Burgos, la legislación permite que los afectados por expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) en situaciones similares no agoten la prestación por desempleo cuando están sometidos al mismo, de modo que si pierden su empleo por trances de este tipo tienen dos años de prestación garantizados. En Galicia no sucede lo mismo, de modo que un trabajador de Fandicosta que se tenga que ir a casa seis meses perderá una cuarta parte de su cobertura por paro.

Por mucho que la compañía intente que el ERTE afecte al menor número de empleados posible, todos en algún momento se verán penalizados por lo ocurrido, que no por la mala gestión de su empleador. No conviene legislar sobre situaciones específicas, pero el ejemplo de Campofrío es una muestra de cómo la administración puede y debe actuar para paliar las consecuencias de siniestros como éste.

Con más de la mitad de sus instalaciones arruinadas por el fuego, la compañía desafía la ley no escrita de que nada es para siempre. O que ese día no ha llegado a Fandicosta. No es casual el reto ya que la empresa lo afronta con un volumen de deuda estable y tras haberse expandido de manera paulatina y con fondos propios. El apoyo, otro bien intangible, lo ha recibido además de sus trabajadores y de sus proveedores, de competidores directos como Pescanova, Pereira o Profand. Todo un ejemplo digno de elogio.

Pero aunque la administración dé una palmada en la espalda, que nunca sobra, Fandicosta es una empresa y necesita ayuda material. Como la proporcionada a otras que desafiaron la misma amenaza de desaparición con estructuras mucho más deficitarias, o a algunas que condenadas por su mala gestiónsolo sobreviven a cuenta de la mamandurria del erario público sin ofrecer nada a cambio. Y de esas hay unas cuantas.

No es el caso. Si las administraciones pueden adelantar la indemnización del seguro, que sí pueden, o facilitar que la compañía de Moaña no se quede sin materia prima, deben hacerlo. Es la séptima compañía pesquera de España y exporta la mitad de su producción. Ha recolocado ya a cerca del 90% de la plantilla afectada por el incendio sobredimensionando las plantillas de dos firmas del grupo, Casa Botas y la antigua Friporto, en Vilagarcía, al menos mientras tenga materia prima. Un desafío de tanta envergadura como el que afronta, con más de un año por delante hasta disponer de todas sus instalaciones, merece tener el acompañamiento de las administraciones. No por ser año electoral ni por quedar bien en la foto, sino porque estamos ante una industria de referencia que las obliga a ser proactivas. Ninguna debería incurrir en la irresponsabilidad de convertir un infortunio en un lastre insuperable. Que la parsimonia burocrática no zancadille la recuperación de una gran empresa que nació, creció y se afianzó sola.