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¿Quién prefiere usted de presidente? ¿Un político de la extrema derecha o bien otro de un partido ecologista? En teoría, sea cual fuese la elección, todo el que la haga e incluso quien se limite a leer estas líneas sin intención alguna de responder podría considerar que se trata de una alternativa absurda. Tiempos hubo en los que quienes competían por el despacho presidencial tiraban al centro, ya fuese de izquierda o de derecha, lo que suponía que el resultado se movía dentro de un margen ideológico más bien estrecho. Pero esos tiempos no son ya estos y la pregunta con la que abre esta columna no supone un capricho extraño.

No, al menos, en Austria, donde la segunda vuelta daba el domingo, cuando se llevaba escrutado más del 50% de las papeletas, un empate no solo técnico sino absoluto entre Alexander Van der Bellen, el candidato de los verdes, y el ultraderechista Norbert Hofer al que apoya el nacionalismo. Uno de los países europeos de más solera y de ambiente cultural envidiable se planteaba tener de presidente a personas de semejante distancia ideológica que cabe suponer que la mitad de los austriacos se habrá visto muy decepcionado al decantar el voto por correo la balanza en favor de Van der Bellen.

Aquí, en España, las cosas no han llegado a ese extremo tan absoluto pero tampoco nos movemos en los terrenos de la tradición. Si las encuestas que hizo la empresa Metroscopia para "El País" aciertan, la alianza entre Podemos e Izquierda Unida sin olvidar las marcas regionales superará en votos y escaños al Partido Socialista con lo que sí que habrá una diferencia sensible respecto de los resultados del 20 de diciembre de 2015. Otra cosa es saber cómo afectaría un guión así a los pactos, un asunto por completo especulativo a estas alturas y que no merece la pena siquiera considerar. Pero sí que cabe opinar al menos acerca de lo que dicen los candidatos a presidente. El más afectado por lo que dice la encuesta, el socialista Pedro Sánchez, dijo por la radio el domingo que no quería que le votaran ni por miedo ni por venganza sino por ilusión. Como también se daba, casi de manera obligada, por ganador, y vinculaba cualquier posible cambio en España con el que así fuese, cabe pensar que una vez más en los mítines y en las declaraciones enfáticas no se dice lo que en verdad se piensa sino lo que dictan las reglas de la retórica electoral. Nada de interés, por tanto.

Pero la cuestión de fondo permanece. Aquí en España no hay una ultraderecha digna de tal nombre que pueda llegar al poder, los nacionalistas van por otro lado y el ecologismo político solo puede aspirar a los escaños de la mano de otros partidos. Pero sí que, siempre que Metroscopia acierte, se habrán radicalizado las opciones frente a las que eran comunes en toda la historia de la democracia española reciente. Que eso sea para bien o para mal está por ver.

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