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Que no la encharquen

La final del Copa del Rey jugada en Madrid por el Barça y el Sevilla dejó bien probada la inoportunidad del veto gubernativo a la exhibición de banderas separatistas en el estadio y el acierto de la decisión judicial anulatoria. Se vieron muy pocas 'esteladas' entre los 20.000 espectadores catalanes y su pitada al himno nacional tuvo el contrapeso de los aplausos coreados por otros tantos andaluces, más los asistentes de otras procedencias. La estupenda exhibición de fútbol acabó de poner cada cosa en su lugar: el de la libertad de expresión y el enfrentamiento que, a ratos caballeroso o bronco, monopolizó la pasión deportiva frente a todas las demás.

En el limbo de un gobierno que no gobierna se relajan con facilidad los reflejos políticos, hasta el punto de atizar la dialéctica secesionista cuando su ardor ya decaía, según los sondeos permanentes. En Cataluña están pasando cosas significativas. La desfondada Convergencia Democrática gestiona refundación y cambio de nombre tras el descrédito acumulado desde que intenta recuperarse por agregación al soberanismo en términos absolutos, no como el arma de presión negociadora esgrimida con éxito en esta etapa democrática. La caída en picado en todas las elecciones señala el disgusto de muchos de sus electores históricos. Sumando a esto el desencanto por la corrupta voracidad del 'clan Pujol' y allegados, pocas parecen las opciones de Artur Mas para el rescate de un liderazgo innecesario y nominalista que ni restaña los errores ni puede evacuar a los nuevos copartícipes del poder.

La quiebra latente de Cataluña y los límites al mayor endeudamiento mediante bonos calificados de 'basura' es otro de los ingredientes del desencanto. La negociación con el Estado ya está en manos del líder de Esquerra Republicana, más templado en apariencia para moderar el maximalismo. A su vez, las CUP amenazan con emigrar de la mayoría parlamentaria y dejar colgados de la brocha a quienes hoy la comparten. Sus asambleas antisistema ya han dado prueba bastante de radicalidad como para no esperar que templen gaitas si sospechan que los socios están mareando la perdiz del separatismo, sin arrugarse por la coyuntura económica ni inmutarse por la soledad internacional en que se debate el proceso.

Ya que el pseudogobierno español sigue sin mover un dedo, debería cuidar, al menos, de no meter la pata.

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