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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Fomentar el independentismo

La penúltima guerra de las banderas y la final de la Copa del Rey de fútbol me cogen en Madrid. Los días previos llovió torrencialmente y la atmósfera estuvo limpia de contaminación. Eso y la exuberancia vegetal de los árboles recién florecidos nos regalaron unas jornadas deliciosas de verano anticipado. No hacía demasiado calor y de la sierra bajaba una brisa refrescante. "A veces -escribió Pla- en Madrid hay días así: extáticos, encantados, inmóviles". El escritor catalán se refería al Madrid anterior a la Guerra Civil y no al mastodóntico actual agobiado por el tráfico automovilístico.

Pese a ello, una serie de circunstancias afortunadas todavía permiten disfrutar de cuando en cuando de un clima y de una luminosidad privilegiadas en la capital del Estado. Como voy a una cita de ocio y verlas pasar, apenas leo los periódicos ni oigo las radios y las televisiones, pero me llega el eco de la polémica que suscitó la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, que tuvo la ocurrencia de prohibir la entrada de banderas catalanas independentistas en el estadio donde iba a celebrarse la final de la Copa del Rey.

La señora Dancausa, asesorada no se sabe por quién, hizo una interpretación torticera de la ley del deporte y en previsión de graves disturbios dictó una prohibición que incomodó a todo el mundo razonable excepto, se supone, a ese amplio sector de su propio partido, el PP, que ha hecho del anticatalanismo visceral un estímulo imprescindible para reafirmar su españolismo.

A la vista del disparate, el presidente de la Generalitat y la alcaldesa de Barcelona renunciaron a estar en el palco junto al Rey, y la amenaza de un lío impresionante se dibujó en el horizonte. ¿Cuánta fuerza pública habría que enviar a la puerta del estadio y alrededores para cachear a miles de personas? ¿Se prohibiría tambien la presencia de esteladas en camisas, camisetas y calzoncillos? Los locutores más excitados de las radios trabucaires empezaron a echar fuego por la boca y la temperatura política subió peligrosamente.

El presidente del Gobierno, muy en su línea, excusó su responsabilidad diciendo que el asunto no era de su competencia sino de la Comunidad de Madrid. Y el Rey, que seguramente no fue consultado previamente por la señora Dancausa, prefirió no abrir la boca y prepararse para una pitada que seguramente rebasaría la intensidad de las que recibía su padre en ocasiones semejantes.

Por suerte, un juez estimó que llevar una estelada a un partido de fútbol no era una ofensa a la Corona, ni una incitación al terrorismo, sino simplemente el ejercicio pacífico de la libertad de expresión, y puso fin a tanta insensatez. Las aguas volvieron a su cauce y la final de la Copa del Rey de fútbol pudo desarrollarse normalmente y sin ninguna clase de incidentes. En el tren de vuelta a casa pude leer una columna firmada por Almudena Grandes en la que esta criticaba la torpeza con la que se atiza el independentismo catalán desde el Gobierno. "Si algún día -escribe- Cataluña llegara a ser una nación independiente habría que felicitar calurosamente a Mariano Rajoy. Habría sido con toda seguridad el principal logro de sus años a la cabeza del Gobierno de España". No le falta razón.

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