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Ceferino de Blas.

Los que nada tienen que perder

Son los que más preocupan a los partidos constituidos. Los que no tienen nada que perder. Lo mismo que los que acumulan experiencia y una posición en la vida son el talón de Aquiles de las nuevas formaciones.

Es lógico que estos por edad, estatus social y, sobre todo, haber vivido más, sean conservadores, no en el sentido ideológico -aunque también-, de militar en las derechas o en los partidos más templados, sino en el sentido lato de conservar. También afecta a las ideologías progresistas, que representan una posición que no supone ruptura del sistema ni de la situación política imperante y bipartidista.

No es contradictorio afirmar que hay conservadores de derechas y de izquierdas, si se mantiene la clásica división, que los nuevos que se dicen superadores del bipartidismo quieren romper con la transversalidad.

Un ejemplo está en la banca, cuando alguien quiere mover lo que tiene en la cuenta. El empleado que la gestiona pregunta si se desea realizar una operación conservadora o más arriesgada.

Para algunos votantes progresistas, moverse desde la posición que ocupan a otra más a la izquierda puede parecerles peligroso. También son conservadores de su situación.

La actitud indiscutible es la de quienes no tienen nada que perder. Aunque conviene establecer una subdivisión: los que realmente no tienen que perder, porque nada esperan, y los que tienen algo que perder, pero creen que mejorarán con el cambio a los nuevos partidos que llegan con aires de inmaculados. La regeneración -vuelve el Joaquín Costa finisecular- es el eje de la nueva política

Sin rebozo aseguran que respetan como nadie la ética, pero utilizan subterfugios para justificar actitudes reprobables -la financiación oscura-, y relativizan lo que les atañe, cuando la ética no admite rebajas ni relativismos. Ético lo es en lo máximo y lo mínimo.

Un ejemplo de votante. La profesora de instituto, con un sueldo superior al de la mayoría de los ciudadanos de a pie, votará al partido nuevo más a la izquierda, y lo justifica: no tengo nada que perder.

Una de sus razones es que convive con un ciudadano extranjero, residente en España, que no trabaja, y confía en que los nuevos cumplan sus promesas, repartan entre los desempleados, y le asignen un sueldo mensual. ¡Cómo si el dinero lloviera del cielo!

Da por supuesto que el partido de la indignación respetará la jubilación máxima a que tiene derecho -se olvida de lo ocurrido en Grecia-, y no causará disfunciones en la economía. Ni se plantea que corra peligro el estado de bienestar, en la sanidad, la educación y los auxilios sociales, aunque cada vez resulte más difícil sostenerlo.

A los partidos radicales, que por algo suman millones de sufragios, no solo les votan los que nada tienen que perder. Cuentan con más adeptos. Sobre todo la juventud, que es una enfermedad que se cura con la edad, pero mientras dura es crítica, rompedora, justiciera. Siempre ha sido así, y es necesaria.

También los ha votado gente acomodada, a quien no le gusta como se han comportado ni el PSOE ni el PP. Incluso, en un gesto frívolo -en casos meditado-, señoras de las que se llama de la buena sociedad. Y gran cantidad de papás y hasta de abuelos.

Se equivocan los que alientan o son en exceso complacientes con los hijos que prefieren quedarse en casa porque no encuentran el puesto de trabajo acorde con su preparación.

Eso no ocurre en el extranjero, ni a los jóvenes que tienen los arrestos de viajar a otro país para no quedar zanganeando en el piso y lamentándose de lo mal que les trata el mundo. Salvo excepciones, es una mala decisión de los padres sobreproteger a los hijos. Y secundarles en el voto.

Los que ahora gobiernan o la alternancia nunca harán esas promesas demagógicas de repartir a diestro y siniestro, sencillamente porque no hay dinero. El bipartidismo experimentado, y a la postre deseable, no saldrá de los cauces del realismo. Pero los que no tienen que perder piensan que la utopía es posible y anida en los partidos nuevos.

La cuestión está en saber si siguen siendo más los conservadores en sentido lato que los que no tienen nada que perder. La respuesta el 26-J.

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