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Antonio Rico

"Los Simpson", el qué y el cómo

En 2001 la odisea de "Los Simpson" surcaba su décimo segunda temporada con más de 250 capítulos a sus espaldas sin temer a los lestrigones ni a los cíclopes. El primer episodio de aquel año, titulado "HOMR", se abre con una visita de la familia amarilla a un festival de animación. Allí, Homer descubre fascinado una tecnología que mediante sensores colocados en su cuerpo permite transferir sus posturas al dibujo animado de un perro que reproduce así los movimientos. El pasado domingo, más de 250 capítulos después y 15 temporadas más tarde, en EE.UU. se emitió el episodio "Simprovised". En él, Dan Castellaneta, doblador de Homer desde sus inicios en 1987, no solo dio al personaje su voz, sino también sus gestos. Varias personas afortunadas pudieron hacerle una pregunta a Homer y este contestó en directo sobre asuntos tan importantes como si su amigo preferido es Carl o Lenny, o cómo simular que se está trabajando mientras uno echa una siesta en el curro.

Dibujos animados en directo: una pasada más entre las virguerías con las que la serie nos sorprende cada vez más. Pero ¿"Los Simpson" hace los alardes técnicos que hace porque se lo puede permitir o porque ya es lo único que le queda por hacer? ¿Vuela más alto para demostrar que nadie más puede volar tan alto o porque el Sol derrite sus alas y está en trance de morir de éxito al precipitarse contra el suelo? ¿Es una serie zombi que desde hace años camina sin cerebro o es una serie inmortal que sigue viva gracias a que los implantes, añadidos y alardes tecnológicos a los que recurre le permiten seguir avanzando?

Ya hace 20 años, en el episodio de "La casa-árbol del terror" de la séptima temporada, "Los Simpson" nos dejó boquiabiertos con aquella aventura ("Homer³") en la que Homer salta de dos a tres dimensiones y camina por una calle del mundo real tras vivir los minutos más intensamente matemáticos de la historia de la animación mundial. Que "Los Simpson" siga asombrándonos por muchos años, pero no olvide que, como siempre ha sido y siempre será, el qué es más importante que el cómo.

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