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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Calmar a los mercados

A cualquiera que desde una cierta distancia siga en los medios la crisis política que tiene lugar en Brasil no dejarán de intrigarle algunos contrasentidos del relato. Hace doce años todos fuimos informados de que un exsindicalista, Lula da Silva, había ganado las elecciones con el objetivo primordial de que cualquier ciudadano, hasta el más pobre, pudiera comer tres veces al día, una aspiración que parecía imposible de cumplir en un país muy rico en recursos pero con grandes diferencias sociales.

Luego supimos que durante el mandato de ocho años de Lula y del Partido del Trabajo, Brasil había experimentado un poderoso impulso económico que le llevó a ser considerado como una de las grandes potencias emergentes. En el devenir de esa gestión cerca de 40 millones salieron de la pobreza y amplios sectores de la población sacaron cabeza fuera de la marginalidad y accedieron a formar parte de la clase media. Suele decirse que disponer de una extensa clase media es la mejor garantía de estabilidad en un país y la base desde la que puede construirse un futuro de prosperidad y progreso. De hecho, el dictador Francisco Franco consideraba que su mayor logro político era haber conseguido la formación de una extensa clase media en un país, como España, donde las desigualdades sociales habían sido sangrantes durante siglos. No hay que negar esa evidencia, pero también es cierto que una quiebra circunstancial en la relativa prosperidad de esa clase media puede convertirla en germen de un sistema autoritario que se comprometa a devolvérsela rápidamente. Y ese es un fenómeno que está muy bien estudiado desde la aparición del fascismo y del nazismo, o de eso que ahora se llaman movimientos populistas o neofascistas.

Lo que sí parece cierto es que cuando la crisis económica global hizo sentir sus efectos en Brasil, una buena parte de la sociedad que había sido favorecida por la política de Lula y de su sucesora Dilma Rouseff se volvió contra sus benefectores. Y uno de los principales pretextos fue la divulgación de los supuestos casos de corrupción en la petrolera Petrobras. Varios miembros del gobierno de coalición que presidía Dilma Roussef en su segundo mandato (curiosamente los más situados a la derecha) resultaron involucrados, pero la ira popular se dirigió preferentemente hacia la presidenta y hacia su antecesor Lula da Silva que pasó por el bochorno de ser detenido durante tres horas mientras se registraba su casa en busca de pruebas inculpatorias.

Los medios, en su mayoría propiedad de un pequeño grupo de familias, agitaron las aguas, las manifestaciones callejeras se sucedieron en un clima de peligrosa division social, y Dilma Rouseef fue sometida a un "impeachment" en el Parlamento que terminó con su renuncia al cargo por seis meses. Durante ese período de tiempo, y mientras se sustancia la investigacion parlamentaria, el gobierno será dirigido por representantes de los grandes intereses económicos cuya principal misión será "calmar a los mercados" y darles seguridades sobre la nueva orientación politica. Al menos, eso es lo que puede leerse en los principales medios. Hay quien opina que lo sucedido en Brasil puede considerarse como una novedosa técnica de "golpe de estado". Muy parecida, en algunos aspectos, a aquellas "revoluciones naranja" que se dieron en los paises del este de Europa.

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