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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Gente que habla raro

Más que las ideas, que en realidad son de mediados del siglo XIX, lo que caracteriza a los partidos de la nueva política es la innovación del lenguaje. Sus líderes abundan en transversalidades, multiculturalidades, soluciones habitacionales, pobrezas energéticas y otros conceptos aún más perifrásticos que dejan en pañales la ya intrincada jerigonza de los políticos de toda la vida. Esta gente habla muy raro.

No es que los tradicionales dirigentes españoles se expresasen con mayor claridad, desde luego. Bastante antes de que naciesen Podemos o Ciudadanos, un artículo del Estatuto de Cataluña establecía ya, por ejemplo, lo siguiente: "Los poderes públicos deben garantizar la transversalidad en la incorporación de la perspectiva de género". Otro, directamente inspirado por Groucho Marx, sugiere que "corresponde a la Generalidad la competencia exclusiva en materia de promoción de la competencia".

Parece lógico, hasta cierto punto. El gremio de los gobernantes (y el de los que aspiran a serlo) constituye después de todo una casta vagamente sacerdotal que, como cualquier otra, necesita usar de una jerga propia que sólo los iniciados entiendan. Un equivalente del latín que usaban los curas antes de que la pérdida de clientela los forzase a adoptar la lengua del vulgo.

Lo que los nuevos políticos han conseguido -de momento- es extremar esa tendencia con nuevas aportaciones lingüísticas, como el Ministerio de la Plurinacionalidad que pretende crear Pablo Iglesias si llega al poder tras las elecciones del próximo 26 de junio. El partido que dirige el mentado Iglesias proponía, además, en su última oferta electoral la posibilidad de "reconocer alternativas monetarias que puedan ser utilizadas localmente en las transacciones efectuadas por particulares en el ámbito de la economía colaborativa". Solo los tontos podrían oponerse a tan razonable propuesta.

Al lado de esta, la idea del "empoderamiento popular y ciudadano" resulta de una claridad comparable a la del agua. Otra cosa es cómo aplicarla o, por decirlo en la jerga de la nueva política, "implementarla".

Los políticos emergentes no han alcanzado aún, cierto es, el grado de innovación de sus colegas de Venezuela, donde el socialismo tropical alumbró ministerios de Ecosocialismo y Aguas o creaciones tan orwellianas como el Viceministerio de la Suprema Felicidad del Pueblo. Nada que no pueda solucionarse en cuanto lleguen a La Moncloa y estén en condiciones de dar rienda suelta en el BOE a su fértil imaginación en materia lingüística.

Sorprende, a lo sumo, que más de cinco millones de votantes parezcan haber entendido a unos políticos que hablan de tan extraña y a veces indescifrable manera; pero todo tiene su explicación.

De ser ciertas las indagaciones de los sociólogos, los seguidores de esta clase de partidos en España son gentes jóvenes, urbanas y por lo general más instruidas que la media de la población. Están sobradamente preparados, por tanto, para comprender lo que quieren decir sus candidatos, por ininteligible que pueda parecer la jerga que estos manejan.

Será por eso que Mariano Rajoy prefiere usar términos tan coloquiales como "coñazo" -en referencia a un desfile militar- para dirigirse a su clientela teóricamente conservadora. El mundo está del revés. O al menos, la política.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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