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Juan José Millás.

Los nuevos ogros

Hay épocas poco propicias para la literatura infantil. Para que haya cuentos infantiles tiene que haber niños, y los hay, pero no sabemos dónde. Acaban de decir en el telediario que muchos hoteles, junto a las ofertas económicas de fin de semana, garantizan al cliente que no habrá niños por los alrededores. Hoteles sin niños. Me pregunto si habrá también hoteles sin viejos, sin adolescentes, hoteles, no sé, sin tuertos o con el ojo de cristal obligatorio. Lo de hoteles sin niños es ilegal, pero no nos escandaliza. Son un incordio. Tampoco los encuentras en los restaurantes porque molestan a la clientela. Hoy, para ver niños, tienes que irte a un parque infantil. El problema es que si te ven allí, sin un niño propio o prestado, pueden pensar que eres un pederasta. Parece más prudente ver hormigas que niños.

Yo, para ver niños, me voy al parque con mi nieta. Mi nieta es la coartada. Fingiendo que la vigilo a ella, me fijo en todos los demás y puedo asegurar que son un espectáculo. Observar a un grupo de niños, ahora que escasean, y hay que buscarlos en estas reservas con toboganes y columpios, resulta estimulante. Dios mío, te dices, si supieran que tienen prohibida la entrada en muchos hoteles, ¿qué pensarían? Perros no. Niños no. Pongámonos en la cabeza del director de un hotel que ha tomado esta decisión. Está el hombre dándole vueltas a cómo sacarle más partido a la hora del gin tonic. Quizá bajaría más gente a tomárselo si no hubiera niños dando la lata. De manera que, ignorante de las leyes y del sentido común, llama a la agencia de publicidad y le encarga una campaña de publicidad que ni Herodes habría mejorado.

Si a este hombre insensible no le preocupa que se extingan los niños, debería preocuparle que desapareciera la literatura infantil. La literatura infantil buena es también la mejor literatura para adultos. Sin darse cuenta, los directores de los hoteles sin niños se han convertido en los ogros y brujas de los cuentos de la tradición oral. Si un par de hermanitos (Hansel y Gretel, por ejemplo) se perdieran por los pasillos de uno de estos establecimientos de cuatro estrellas y acabaran sin querer en el despacho del director, serían devorados ipso facto.

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