El suceso vivido en la Residencia hace un par de días que acabó con un fallecido viene a poner de relieve el drama que muchos residentes de avanzada edad viven en los últimos años de sus vidas. Es evidente que no basta con la profesional y delicada atención que reciben por parte de quienes los atienden (constatable es esta realidad en la de Marín) porque cada cabeza es un mundo y nunca se sabe lo que encierra la de las personas de tan longeva edad que tras recorrer los años de su vida, con sus cosas buenas y malas, se ven metidos en un establecimiento que, por muy avanzado y muy bien atendido que esté, no deja de ser un lugar extraño para la mayoría de los alojados que ven perdida su más elemental intimidad y han de compartir su nuevo status social con otros u otras con las que no siempre son capaces de compaginar caracteres y sentimientos. Cientos de escollos tienen que solventar los equipos que trabajan en las Residencias durante el año y algunas veces, como es el caso, son insuperables. Sería cosa, difícil eso sí, de replantearse las situaciones familiares e incluso la idoneidad del sistema de alojamiento susceptible de mejoras. Para allá vamos todos, veréis? ¿O no?