El Celta juega hoy el último partido en Balaídos de una temporada histórica. A expensas de determinar cuál será su puesto definitivo en la Liga con el choque final en el Calderón, su clasificación para Europa es el justo colofón no solo a una campaña especialmente brillante en lo deportivo, sino a una década de prodigiosa transformación bajo la presidencia de Carlos Mouriño. Un éxito cimentado sobre una modélica gestión económica que tiene como base el rigor, la perseverancia y el esfuerzo; no sobre oropeles ni atajos. Fruto de una renacida comunión entre el club, su territorio y su afición, y, además, enmarcado con un fútbol relumbrante que despierta admiración en los terrenos de juego. En una palabra, que existen razones más que sobradas para encumbrar lo conseguido como un ejemplo ilusionante y, lógicamente, celebrarlo como se merece. Es importante lo que se ha hecho y cómo se ha hecho.

La fiesta por la reconquista de Europa que hoy dará paso al partido contra el Málaga será mucho más que una celebración por el pasaporte continental. Será para el celtismo el broche de oro a una década que, tras mucho sufrimiento, no solo vuelve a situar al equipo entre los mejores de la Liga de las Estrellas, sino que lo emplaza a soñar sobre bases sólidas con un futuro todavía más esperanzador. El salto alimenta aún más el sueño que empezó como una pesadilla cuando afloraron aquellos 80 millones de deuda con los que se toparon los actuales dirigentes, hace ya diez años. Superado tan doloroso ajuste financiero, con un severo proceso concursal, del que la directiva supo salir en tiempo récord, y una sufrida transición por los campos de Segunda, el Celta emergió con fuerza, proyectado con ilusión hacia el futuro.

Dos lustros después, los que están a punto de cumplirse desde la llegada de Mouriño a la presidencia, el futuro es nítido; el camino, despejado. En su mayor parte porque los cimientos económicos nacidos de aquel irrevocable pacto con la austeridad son hoy el mejor aval para garantizar un porvenir deportivo si cabe más ambicioso. El club vigués, que ya camina hacia su centenario, regresa a Europa al mismo tiempo que gana músculo patrimonial por primera vez en su historia. La compra de la antigua sede del Mercantil, sufragada con fondos propios, será, además de una instalación referencial en el corazón mismo de la ciudad, un patrimonio que le dará más fortaleza. Al tiempo, Concello y Diputación acometen la mejora del estadio municipal de Balaídos para dar paso a un nuevo campo más cómodo y seguro, emblema del renacer celeste.

En lo deportivo, la apuesta por la cantera, con la que salió del pozo profundo en que había caído, se mantiene como su gran baza con cinco titulares en el primer equipo. Una apuesta que constituye el mejor salvoconducto para evitar los errores que antaño lo llevaron al borde de la desaparición. A ello hay que sumar el acierto en los refuerzos, que han aportado calidad y veteranía al grupo, hasta conformar una plantilla que tanta ilusión ha despertado en los aficionados y tantos elogios está recibiendo en toda España. Haber rozado con esos mimbres la final de la Copa del Rey y acabar entre los seis mejores de la Liga, contando con el noveno presupuesto más bajo de todos los equipos de Primera no está al alcance de cualquiera.

Todo ello de la mano además de una masa social que también ha sabido aportar la serenidad y el empuje necesario. La comunidad entre club y afición se ha engrandecido en estas últimas campañas con un crecimiento del número de peñas hasta alcanzar las 122 actuales, no solo por toda Galicia sino en España y en otras zonas del mundo. Un crecimiento acompañado a la vez de una transición generacional que ha llenado de frescura las gradas de Balaídos y que ha copado el mundo virtual donde el celtismo 4.0 no para de crecer.

Las cincuenta temporadas que ahora cumple el Celta en Primera División coronan al club entre los grandes de España, pese a la diferencia de jerarquía de los planteles. Se ha conseguido con un trabajo ejecutado con eficacia pero, sobre todo, con humildad, con constancia y con entrega absoluta, Con una inagotable capacidad de luchar y superar la adversidad. Con la convicción de que no es menos que nadie. Con la actitud de plantar cara a cualquiera, se juegue donde se juegue. Con el empaque de un proyecto, el de Mouriño y su equipo, que crece cada año, temporada a temporada, con un mérito incuestionable. Con el apoyo de cientos de miles de aficionados repartidos por toda la geografía. Así pues, es el momento de brindar por el éxito conseguido y de felicitar a quienes lo han hecho posible y a todo el celtismo, en general, apelando a perseverar en una ejecutoria que debe seguir siendo un ejemplo de excelencia y un generador de ilusión.