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Juan José Millás.

Desarreglos morales

Si el desconcierto cotizara en Bolsa, el Ibex 35 estaría en niveles anteriores a la crisis. Un hombre confuso puede hacer gracia. Un país perplejo, no. Si Ortega viviera, escribiría la España perpleja en vez de la España invertebrada. Todas nuestras figuras públicas, desde Rajoy a Iglesias, pasando por Sanchez y Rivera, por una u otra razón, producen asombro. En ocasiones, miedo, como cuando viene a casa un médico de urgencias que no sabe si auscultarte o tomarte la temperatura. Ayer tuve una migraña muy fuerte y salí al parque para ver si el aire fresco hacía algo con ella. Saludé a tres vecinos que habían salido a lo mismo. Teníamos neuralgias perfectamente intercambiables. Al llegar a casa, mi mujer me preguntó dónde estaba la caja del Ibuprofeno, es decir, que también ella. Deduje que se trataba de una cosa general. No eran mis vecinos ni mi mujer ni yo quienes teníamos neuralgia, era el país entero. Estamos mal.

Entonces nos enteramos de que la banca española en su conjunto, salvo dos o tres excepciones, se había dejado chantajear por Ausbanc. ¿Por qué? ¿Acaso tenía motivos? Hemos de suponer que sí, de otro modo no se entiende. Resulta que el ultramarinos de la esquina es capaz de resistirse a las presiones del gánster que le ofrece protección a cambio de una nómina, y las grandes corporaciones caen rendidas ante la amenaza de que hablen mal de ellas en una revista parroquial. Algo raro pasa aquí. Tan raro, que muchos jueces cobraban también de Ausbanc. No que estuvieran a sueldo de Al Capone cuando en los mentideros se sabía ya que era Al Capone, sino que recibían migajas. Las migajas que proporciona una conferencia, una mesa redonda, una intervención de las de aquí te pillo, aquí te mato. Los jueces, Dios mío.

Leer el periódico con una neuralgia de ojo izquierdo (o derecho, no hay en la frase intencionalidad política) es tremendo, lo mismo que escuchar la radio o ver la tele. Deberíamos salir en el The New York Times con este titular: España, un país jaquecoso. Y no hay fármaco que lo remedie porque no se trata de un desajuste químico, sino de un desarreglo moral. Ahora mismo me meto en la cama.

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