La revista conservadora National Review publicó, a finales de enero de este año, una suerte de manifiesto con la firma de 22 periodistas e intelectuales que llevaba por título "Conservatives against Trump" [Conservadores contra Trump]. En él se hallaban nombres conocidos y respetados en el mundo de la derecha estadounidense como Steven F. Hayward, historiador especializado en la presidencia de Ronald Reagan; William Kristol, editor de la revista neoconservadora Weekly Standard; John Podhoretz, editor de la revista cultural Commentary; Thomas Sowell, economista liberal y miembro de la Hoover Institution; y Glenn Beck, showman televisivo y expresentador de Fox News. Desde que se publicó aquel extenso artículo colectivo -en el que cada uno de los firmantes esgrimía sus propios argumentos de por qué Donald Trump no es, en realidad, un conservador y, por lo tanto, es el menos adecuado para hacerse con la nominación- hasta el día de hoy, el candidato republicano no ha hecho más que ganar elecciones primarias y acumular delegados.

Este distanciamiento entre la intelectualidad y los ciudadanos, entre la derecha mediática y los votantes del Partido Republicano, no solo denota la incuestionable pérdida de influencia de las citadas personalidades en el proceso democrático del país, sino que ilustra con claridad cómo el movimiento populista iniciado por el magnate, malinterpretado y subestimado desde el comienzo, ha fagocitado a otro movimiento más antiguo, el conservador, que había sido creado y promovido a mediados de los años cincuenta por un sofisticado William F. Buckley, fundador de la revista donde se publicó el manifiesto, con la intención de combatir ideológicamente al progresismo cultural y político que, en aquel entonces, gozaba de una mayor respetabilidad intelectual que la derecha, marginal en términos de representación periodística y profundamente contaminada de antisemitismo.

En esta época electoral hemos podido comprobar que, a pesar de lo que pudiera parecer en un principio, todas esas personas descontentas con el sistema, con los senadores y congresistas de Washington, con el Gobierno Federal, con Barack Obama, con todo lo que huela a establishment, intervencionismo o inmigración, no son, ni mucho menos, los herederos de aquella jaleada "revolución" intelectual originada en una pequeña redacción de Manhattan. Sin embargo, puede que sí se hayan visto afectadas por algunos de sus excesos. Matt Taibbi, que sigue la campaña electoral de Donald Trump y ha tenido la oportunidad de conocer bien a sus partidarios, lo explicó en la revista Rolling Stone de la siguiente manera: "Lo que estos seguidores de Buckley que publican en sitios como la National Review no comprenden es que a la mayoría de la gente les importa un comino los 'principios conservadores'. Sí, millones de personas asumieron esa retórica durante años, pero no por los principios en sí mismos, sino porque estos venían acompañados con una política del resentimiento: los liberales [en el sentido estadounidense del término] que defienden una mayor intervención del gobierno son los culpables de todos tus problemas".

Columnistas como David Brooks, del New York Times, o George F. Will, del Washington Post, ambos discípulos de Buckley, han manifestado con más o menos vehemencia en numerosos artículos que Trump es un peligro para el Partido Republicano. Puede que esos textos hayan influido en unos pocos electores, aunque sospecho que su extraordinaria difusión de debe, sobre todo, a la fascinación casi pornográfica que causa en determinados sectores demócratas el espectáculo autodestructivo del partido rival. "Es una de las ironías de la historia. Los derechos civiles y la revolución cultural y moral de los años sesenta contribuyeron a que el movimiento conservador creciera entre 1964 y 1988, provocando el traslado de los sureños blancos al Partido Republicano, el auge de los demócratas de Reagan y el nacimiento de la derecha religiosa. Ahora los conservadores están pagando el precio por aquellas victorias tempranas", escribió E.J. Dionne Jr. en Why the Right Went Wrong. A falta de tres meses para una convención posiblemente impugnada, donde los delegados serán los encargados de nominar a los candidatos, la pregunta que surge en este momento es a dónde irán a parar esas multitudes irritadas en el caso de que su líder sea derrotado por el odiado establishment.