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Joaquín Rábago.

Responsabilidades

Si antes nos quejábamos con toda la razón de que en este país de nuestros pecados nadie asumía responsabilidades políticas, hoy nos sorprende la forma que tienen algunos de hacerlo.

"Asumo toda la responsabilidad", proclaman con solemnidad. Y luego se resisten como gato panza arriba a dimitir hasta que son tales las pruebas en su contra que no les queda remedio. Y explican que lo hacen por no causar más daño al partido cuando es sobre todo al país al que lo han hecho.

Aquí no ha faltado nada: un exjefe de Gobierno que defraudó a Hacienda, exministros con sociedades registradas en paraísos fiscales, algún comisario europeo con intereses no del todo aclarados y un sinfín de políticos de distintos niveles, constructores y banqueros, investigados por corrupción.

Y cuando alguien, cogido por la prensa en un renuncio, decide hacer mutis por el foro, como acaba de ocurrir con un ministro del Gobierno en funciones, sus correligionarios se apresuran a felicitarle públicamente y a decir que lo que ha hecho le honra, ahorrándole de paso más explicaciones.

Mientras tanto, el responsable, por acción u omisión, de todo lo que sucede tanto en el Gobierno que preside como en su partido continúa impertérrito, con esa cachaza que se ha convertido en su imagen de marca y que tanto asombro todavía causa en algunos.

Una estrategia, como la llaman, que, lejos de pasarle factura, parece darle resultado: si hemos de creer los sondeos, un partido que lleva tiempo chapoteando en la corrupción puede volver a ser nuevamente el más votado si somos convocados de nuevo este año a las urnas.

Si bien es cierto que en los años de bipartidismo, tan cómodo para los dos partidos que se turnaban en el poder, casi solo cabía la posibilidad de abstenerse en señal de protesta, hoy tenemos al menos nuevas ofertas donde elegir y a las que debemos al menos que las cosas hayan comenzado a cambiar, dimisiones incluidas.

Y ello -justo es reconocerlo- sin que debamos hacernos demasiadas ilusiones, no ya solo por las irritantes maniobras de unos y la incomprensible inflexibilidad e intransigencia de otros, sino también por el más amplio contexto político y económico en el que estamos inmersos y que tanto nos condiciona.

La Europa neoliberal que tan estrechamente nos marca el paso, y a la que con nada disimulado entusiasmo se han adherido también algunos de los nuestros, ha colocado al país una camisa de fuerza que apenas dejará al nuevo Gobierno, sea cual fuere, margen de maniobra.

Todo eso lo sabemos de sobra, pero en ningún caso debería ser ello motivo de resignación. Porque no está escrito en mármol que "no hay alternativa", como quieren hacernos creer algunos para que acabemos aceptando lo inaceptable. Se trata de al menos intentar demostrar que no es cierto.

Pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad, que en fase famosa dijo Gramsci.

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