La actividad pesquera gallega y su conglomerado industrial vuelven a dar buenas noticias. Los últimos resultados de facturación de las grandes firmas pesqueras de la comunidad así lo evidencian. Una pujanza ininterrumpida desde 2009, mientras muchos otros sectores todavía se las ven y se las desean para mantenerse a flote. La pesca, en su conjunto, mantiene el pulso mejor que ninguno, con la dificultad de la flota de bajura, especialmente castigada. No han faltado reveses, algunos muy duros y dolorosos, como la expulsión de la flota de Mauritania o el escándalo que sacudió los mismos cimientos de Pescanova, pero el sector ha demostrado capacidad y fortaleza para capear las tempestades. En consecuencia, los gobiernos están obligados a hacer mucho más por garantizar su competitividad. Y queda mucho por hacer. Bregarse a fondo para apoyarlo y defenderlo como prioritario en todos aquellos foros y frentes en que se juega su futuro, es obligación inexcusable.

Desde que el sector pesquero abandonó la actividad de salazón para industrializar el proceso de elaboración -con procedimientos más rústicos como la conserva o más avanzados después como el ultracongelado- no ha dejado de innovar para adaptarse a un mercado cada vez más amplio. Las empresas de mayor antigüedad no han perdido la cadena de valor vertical al estar presentes desde el proceso extractivo hasta el de comercialización (Pescapuerta, Pescanova, Pereira), y a estas firmas se han sumado otras de menor experiencia pero gran proyección como Profand, Mascato, Fandicosta, Iberconsa, Coper o Marfrío. Estas ocho compañías -sin contar con la multinacional de Chapela- facturaron en 2015 más de 1.400 millones de euros, como informó recientemente FARO, un volumen de facturación que sobrepasa en un 40% el de hace apenas tres años.

El secreto está en su globalización, en la apertura de nuevos mercados en el exterior y en fórmulas imaginativas como las sociedades mixtas. Al controlar toda la cadena de producción, también sin duda en la mejora del rendimiento de la flota derivado de los menores costes del combustible. Si se incorpora a Pescanova a esta lista los ingresos superan holgadamente los 2.400 millones de euros, el equivalente a más del 4% del Producto Interior Bruto (PIB) de Galicia. Sin duda es el proceso industrial el que aporta valor añadido al sector pesquero, pero sin materia prima que lo abastezca menos posibilidades de producir habrá. Y cuanto más se dependa de las importaciones de terceros países, más se resentirá nuestra competitividad. Es necesario por ello volcarse no solo en la industria transformadora pesquera, sino también en la genuina: la extractiva, la de a bordo.

Esta actividad está profundamente atomizada en Galicia. Un minifundismo que no ayuda a lograr una proyección ya lastrada por las históricas trabas comunitarias a la pesca, con sistemas de reparto injustos que no se han modificado en treinta años. Un sector, el extractivo, huérfano de escaparates que le den mayor proyección y visibilidad. Que en Vigo se celebre cada año la mayor feria pesquera de España y una de las mayores del mundo, como es Conxemar, es una magnífica oportunidad para intentarlo.

De hecho, la aspiración de los organizadores de esta feria, centrada en el proceso industrial, pasa por abarcar toda la cadena de producción. Que no se haya ampliado el recinto ferial de Vigo como demandan para permitir que el sector extractivo tenga espacio en un evento de esta magnitud no es culpa de Conxemar, ni de los armadores, ni de los marineros. Compete a las administraciones hacerlo posible para reforzar una actividad que no ha dejado de sufrir desde la incorporación a la antigua Comunidad Económica Europea en 1986. Pero en esas estamos.

El mejor ejemplo es el de las propias empresas, que han redoblado sus esfuerzos con una mayor presencia en alta mar. Iberconsa y Marfrío han incrementado flota en el último año. La primera está en plena fase de expansión tras haber protagonizado la mayor operación inversora en una pesquera gallega en la historia, con una inyección de más de 90 millones por el 55% de su capital. La socia de Pescapuerta en Argentina aspira a obtener más cuota de merluza y Mascato ha optimizado su flota de Gran Sol.

Topamos con el inmovilismo de nuestros dirigentes políticos, que se ha venido repitiendo desde 1986, ya que España ha sido incapaz de plantear unos repartos de cuotas que no se modificaron desde entonces. Faltan políticas más proactivas que mantengan en el futuro el peso de la pesca extractiva. Más aún cuando otros muchos países disfrutan de cuotas a manos llenas sin llegar siquiera a agotarlas. Nuestros pesqueros, muchos con una antigüedad media de de 30 y hasta 40 años, piden ya el momento de jubilarse frente a flotas modernas de otros países, más eficientes en consumos y por tanto con mejores rendimientos de explotación. ¿Dónde quedaron las facilidades para renovar la flota de gran altura que habían prometido las administraciones? Ni están ni se les esperan.

Si las empresas dejan de invertir en la flota y sin que se garantice el futuro de nuestros caladeros, Galicia corre el riesgo de convertirse en un simple intermediario entre terceros con capturas y los lineales de los supermercados, con plantas que solo transformen la materia prima de otros. He ahí uno de los grandes desafíos que la industria transformadora gallega tiene por delante: sobrevivir a la falta de flota si las nuevas generaciones que han de tomar el relevo en las grandes pesqueras renuncian a ello. Pero no es el único reto. En 2015 las compañías gallegas batieron el récord de exportaciones al vender al mercancía por 1.706 millones de euros, cien millones por encima del mejor registro, datado en 2012. Que el aumento de las ventas al extranjero se corresponda con la cantidad exportada que no con el valor añadido de productos elaborados diversos es un obstáculo para encarar el futuro.

El mercado es inmenso, tanto que demandará de la industria un esfuerzo para duplicar la producción en los próximos cuatro años para poder abastecer sus necesidades. Pero las exigencias a corto plazo serán distintas a las actuales e irán más allá de una simple bolsa de congelado de merluza. Toca dar otro salto cualitativo para generar mayor valor añadido a nuestros productos pesqueros, diferenciarse para competir más y mejor en un mundo sin fronteras. Ese es el otro gran desafío. Deberíamos tenerlo muy presente y actuar en consecuencia.