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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El sistema se purga

Desfilan por los tribunales exbanqueros reincidentes, infantas, expresidentes autonómicos, alcaldes y toda suerte de gente guapa. Y, fuera de los juzgados, hasta un ministro en funciones se ha visto obligado estos días a dimitir de su provisionalidad, acuciado por las noticias que lo relacionan con empresas en lugares remotos.

Entre esto y el constante goteo de corrupción que ya ocupa sección fija en los periódicos, se diría que el sistema está podrido hasta los tuétanos; pero ocurre más bien lo contrario. Lo que demuestra tan notable actividad de los jueces, la policía y la prensa es que el régimen (democrático) no para de purgarse a sí mismo, que es de lo que se trata.

La Justicia, tan mal mirada por los ciudadanos en las encuestas oficiales es como un elefante: muy lenta, muy pesada, quizá funcionarial en exceso. Pero al final acaba por caerle encima con el aplastante peso del paquidermo a -casi- todos aquellos que se aventuran a perpetrar fechorías. En esto se conoce que, a pesar de la mala opinión que los españoles tienen de su Estado, aquí funciona el sistema de contrapesos entre poderes que es propio de cualquier democracia.

A diferencia de los regímenes autoritarios, donde el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial son una misma cosa, las democracias se basan en el control que cada uno de ellos ejerce sobre el otro. Los griegos, que inventaron y bautizaron este régimen, llamaban catarsis (o purga) a la capacidad de regeneración que le es propia. Los americanos, que se precian de haber perfeccionado el invento, denominan "checks and balances" al método de controles y contrapesos con el que el Congreso limita el poder imperial de su presidente, por si se le fuese la mano.

Puede sorprender, como mucho, la larga duración de la catarsis en la que España vive desde hace un par de décadas; pero quizá ocurra que estuviésemos poco acostumbrados a estas modernidades de la democracia.

La bonanza que siguió a nuestro ingreso en la Comunidad Europea y, posteriormente, la desenfrenada especulación de los pisos, hicieron caer a muchos españoles en la ingenua creencia de que aquí se podían atar perros con longanizas. O con ladrillos a precio de oro.

Peor aún que eso, el maná llovido de Bruselas estimuló hasta el límite el ansia de gasto de los políticos, que se embarcaron en la construcción de aeropuertos sin aviones, auditorios sin audiencia y carísimos trenes dotados de todo excepto de pasajeros. Quizá fue entonces cuando algunos -o bastantes- de ellos cayeron en la tentación de desviar porcentajes de obra hacia sus cuentas corrientes y/o las de su partido, con las secuelas judiciales que años después siguen aflorando.

El rápido y a menudo escandaloso enriquecimiento de tantos prebostes creó, inevitablemente, una sensación de impunidad que tal vez explique la multiplicación de los casos de abuso que ahora salen a la luz en diferido. Esa es la mala -o más bien pésima- noticia. La buena es que, sin prisa, pero sin pausa, la gran mayoría de los golfos apandadores del dinero público van cayendo bajo el peso paquidérmico de la Justicia, según las noticias que no paran de gotear a diario las teles y los papeles.

La purga del sistema sería completa si, a mayores, sirviera para recuperar el dinero afanado al contribuyente. Por desgracia, los milagros son exclusivos de Fátima.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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