Fin de semana para "Orden mundial", el último libro de Henry Kissinger, que tanta gente no va a leer porque, ya saben, se trata de un genocida, un monstruo y un tipo mil veces odioso. Ellos se lo pierden. Bueno no lo leerán sobre todo porque más allá de novelas y otras zarandajas el universo vegetal está en las últimas y aunque en la red este ensayo se puede adquirir por apenas 12 euros la mala inercia arrastra al conjunto a la ruina.

Entre mil cosas, el que fuera secretario de Estado con el presidente Nixon, dice que "jamás ha existido un verdadero orden mundial. Lo que entendemos por orden en nuestra época fue concebido en Europa occidental hace casi cuatro siglos, en una conferencia de paz que tuvo lugar en la región alemana de Westfalia". Ya saben, en 1648, para cancelar la guerra de los Treinta Años que arruinó el continente y de la que salió Francia como primera potencia mundial.

"La Paz de Westfalia" añade el exsecretario de Estado "reflejó una adaptación práctica a la realidad, no a la visión moral". El realista Kissinger valora y mucho ese planteamiento y los resultados consiguientes pero insiste en la necesidad de criterios universales positivos.

En Westfalia, digo yo, se vio que el dilema era: Estado o barbarie. Con el tiempo el marxismo lanzó aquello de socialismo o barbarie. Y quienes lo padecían añadieron... y valga la redundancia.

Propuesta: Estado mínimo o barbarie y con ideales universalizables.

(Para la terapia de esta semana se recomienda vivamente la ópera "La coronación de Popea", de Monteverdi. Es de 1642)