Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Políticos como nosotros

Para que haya un gobernante corrupto es condición previa y necesaria la existencia de ciudadanos que se le parezcan. Más o menos esa es la teoría difundida con gran éxito en Facebook por Danilo Souza, un internauta de Brasil que equipara las pequeñas corruptelas de la gente con los grandes robos de los políticos en ejercicio. Se trataría de una simple cuestión de escala.

Sostiene el mentado Souza que lo importante es la disposición a mangar y no la cuantía del hurto. Cualquier ciudadano estaría dispuesto, pongamos por caso, a usar para fines privados la fotocopiadora del lugar donde trabaja, aunque con ello le esté sisando treinta céntimos por copia a su empresa.

Da por sentado, igualmente, que todos nos quedaríamos con los cinco o diez euros que la cajera del supermercado nos devolvió de más, en lugar de advertírselo. Y seguramente acierta Souza cuando dice que pocos dudan en robarle sus derechos de autor a los cineastas, músicos, escritores y programadores informáticos al descargar por la patilla cualquiera de sus obras en el Emule.

De ahí deduce el internauta que esos ciudadanos tolerantes con el hurto a pequeña escala harían lo mismo en el caso de ocupar un cargo de gobierno. Si tuviesen la oportunidad de rapiñar unos cuantos millones de euros mediante la aceptación de sobornos o la recalificación de terrenos, la aprovecharían del mismo modo que hicieron antes con cantidades menores. La diferencia es de orden puramente cuantitativo.

Esto ya lo había sugerido, antes que Souza, el politólogo italiano Giuseppe de Rita, quien afirma que los electores tienden a hacerse representar por políticos que, en el fondo, se les asemejan. Contra la vieja y algo reaccionaria idea de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, lo que ocurriría es que todos eligen al que más se les parece.

Lo que el tal De Rita vino a descubrir es que los profesionales de la política son gente de aquí y no de Marte, como pudiera parecer por la mala fama que el pueblo les atribuye. Para ilustrar su teoría, el politólogo recurrió en su momento al ejemplo doméstico de Silvio Berlusconi.

Piropeador de señoras, chistoso, pillo, algo putañero y tan devoto del fútbol que hasta posee su propio club, Berlusconi encarnaría casi a la perfección todos los tópicos que adornan a los italianos. Nada más lógico, por tanto, que sus conciudadanos lo votasen tenazmente a pesar de sus pillerías y pillajes, según la teoría expuesta por De Rita.

No es el caso de España, naturalmente. La corrupción que anega al país es un problema más bien marciano que solo afecta a los políticos y en modo alguno a la ciudadanía. Aquí nadie ha manejado -ni volverá a manejar- dinero negro en la compraventa de una vivienda; y solo unos pocos rentistas dejan de declarar a Hacienda el producto de sus alquileres. Por descontado, es raro que alguien pregunte si la factura de un servicio va con IVA o sin IVA.

Aun así nos extraña que en los países del centro y norte de Europa, víctimas del puritanismo luterano, un ministro presente su dimisión por minucias como la de haber copiado su tesis doctoral. O que el presidente de Alemania, Christian Wulff, renunciara al cargo tras descubrirse que un empresario amigo le había pagado unas vacaciones. Igual llevan razón tanto Souza como De Rita: y estos gobernantes -tan estrechos- se parecen mucho a quienes los eligen. Allá y tal vez aquí.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

Compartir el artículo

stats