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Joaquín Rábago.

Una cultura de corrupción y machismo

Causa sonrojo escuchar estos días por la radio o leer en los periódicos las conversaciones del que se describe como el mayor propietario de suelo urbanizable de Alicante con políticos del partido que nos ha gobernado los últimos años.

Es tal la chulería de nuevos ricos, tal la sensación de impunidad que desprenden de las palabras que uno y otros intercambian que uno se pregunta en qué tipo de democracia hemos estado viviendo desde que acabó la dictadura.

Sabíamos que la construcción, lo que llaman popularmente "el ladrillo", está detrás de las mayores fortunas que se han hecho en este país y la relación entre las mismas y la financiación ilegal de los partidos, en especial del reiteradamente más votado.

Que ese constructor, que ahora quiera rebajar su condena reconociendo sus delitos, tratase de hacer cambiar el horario de un partido de fútbol porque coincidía con la boda de su hija y no podrían asistir a ella muchos de esos políticos con los que hacía al parecer sus tratos, habla de un estado de cosas que ni nuestro Berlanga se hubiera imaginado.

Algún día alguien tendrá que hacer un estudio en profundidad de la relación entre los clubes de fútbol, ese deporte que fue una vez noble y que se ha convertido tan sólo en un negocio que mueve millones, y la corrupción urbanística en este país. ¿Cuántos tratos de ese tipo se habrán hecho en los palcos de los estadios?

El mismo día que nos enterábamos en los medios de la tardía confesión del descarado constructor, se nos informaba también de la subasta de los bienes intervenidos al llamado "cerebro" de la trama Malaya, el ex asesor urbanístico de Marbella, el epicentro de la corrupción relacionada con el suelo.

Un tesoro que incluía, según nos cuentan, armaduras japonesas, trajes de luces, monturas de cuero, rifles, una colección de relojes, relojes, esculturas de Lladró, vehículos de motor, botellas de vino además de, naturalmente, diversas fincas y viviendas. Todo al parecer valía.

Pero si esos y otros casos similares nos hablan de la soberbia, avidez y profunda incultura de unos individuos sin escrúpulos que parecían considerar a España su particular cortijo, ¿qué decir del concepto de la democracia y de la mujer que tiene un nuevo académico supuestamente tan exquisito como Félix de Azúa?

Un escritor y poeta que se permite decir de la alcaldesa de Barcelona que "debería estar sirviendo en un puesto de pescado", comentario tan machista como clasista que en nada se diferencia del que hizo un concejal del PP de esa ciudad cuando le recomendó a aquélla que se dedicase a limpiar suelos.

¿Qué pensarán de nosotros fuera cuando los corresponsales de prensa que aquí trabajan cuenten todo esto como haría uno mismo si estuviese ahora en su lugar? ¿Qué dirán de esta cultura de corrupción y machismo?

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