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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Algo habremos hecho, dicen

Un proverbio atribuido a los chinos, aunque en realidad sea de alcance mundial, invita a los maridos a pegar a sus mujeres. "Aunque tú no sepas por qué lo haces, ella sí lo sabrá", aclara el infame aforismo.

Algo habremos hecho también en Europa, aunque no lo sepamos, para que los disconformes con nuestro modo de vida nos pongan bombas en trenes y aeropuertos o nos ametrallen en las terrazas de París. La idea, tal vez extendida, la han difundido estos días en España los alcaldes de Zaragoza y Valencia a propósito de los últimos atentados de Bruselas.

El regidor aragonés deduce que estos ataques son una especie de bumerán que nos trae de vuelta "la violencia que sembramos" los países occidentales al agredir anteriormente a otros estados. El de Valencia ha preferido tirar de refranero, como un moderno Sancho, para sentenciar que "de aquellos polvos vienen estos lodos". Quizá los alcaldes de Podemos no lo adviertan, pero están expresando algo tan nítidamente cristiano como el sentimiento de culpa.

Si estos corregidores se estuviesen refiriendo, sin nombrarlas, a las guerras desatadas en Irak por George Bush (padre e hijo), el asunto no estaría del todo mal traído, aunque sí su interpretación. Mucho peor que un crimen, aquello fue un imperdonable error.

El más joven de los Bush, que también era el de menos luces, rompió con los manuales por los que se venía rigiendo la política exterior de Estados Unidos desde los tiempos de Franklin Roosevelt. Aquel presidente americano distinguía entre los tiranos que son, simplemente, hideputas, y los que -sin perder esa condición- son "nuestros hijos de puta". Una variante algo abrupta de la doctrina de Lord Palmerston, el ministro de Exteriores de Gran Bretaña para el que su país no tenía "amigos ni enemigos permanentes; solo intereses permanentes".

Incapaz de percibir ese sutil matiz, Bush (junior) mandó a sus ejércitos para que derribasen a su hideputa Sadam Husein; y Barack Obama hizo después lo mismo con Gadafi en Libia, si bien apelando, en su caso, a razones humanitarias.

Cortejados durante años por Occidente, como ahora lo están siendo los ayatolás de Irán rebosantes de petróleo, Husein y Gadafi gobernaban en realidad dos conjuntos de tribus, más que dos naciones. Su caída dejó el campo libre a los hirsutos combatientes del Estado Islámico, que gracias a aquellos dislates se han hecho con un territorio propio desde el que lanzar sus ataques terroristas sobre Europa.

De ahí a concluir que los países occidentales se merecen el castigo que está haciendo caer sobre ellos la espada del Profeta va un largo trecho, naturalmente. El concepto de pecado original, además de ser un poco rancio, nos llevaría a aceptar las masacres de Madrid, Londres, París o Bruselas como una especie de penitencia. Solo que ahora no la imponen los curas, sino los imanes de la rama más extremada del Islam que largan sus prédicas contra el infiel en las mezquitas patrocinadas por Arabia Saudí.

Quizá olviden los tan mentados alcaldes españoles que Europa, más allá de su triste pasado colonial, ha acogido también -por millones- a los súbditos de esos países, que aquí han adquirido la superior condición de ciudadanos. Y que ninguna razón, por elevada que se reclame, sirve para "entender" el terrorismo. Algo habremos hecho, en efecto, para elegir a según qué políticos.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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