Hace sesenta años que la conocía. Fue una de las profesoras de mi niñez en las aulas del Colegio Inmaculada antes de pasar al "Ingreso" en el de los Padres Paúles. La recuerdo como una profesora vital y exigente, al estilo de la época, y nunca agradeceré lo suficiente los hábitos de trabajo que en mí imprimió desde tan niño. Pasaron los años y la vida me llevó por otros caminos: nuevos colegios, ausencias temporales y el inicio de la vida profesional y Sor Elvira con otras hermanas del "Inmaculada" estuvieron siempre presentes en mi sentimiento de gratitud.

El tiempo, que todo lo puede, acabó confluyendo mi vida de nuevo con ella cuando, lo que menos podía esperar, era terminar estando a su lado en el trabajo de la asociación de caridad que lleva su nombre, codo a codo con un voluntarioso grupo de compañeros, exalumnos y exalumnas, y otras personas que han querido acompañarla en la labor caritativa de estos últimos años de su vida y cuando, ya nonagenaria, se vio fuera de otra organización en la que trabajó más de tres décadas sentando cátedra de lo que es la verdadera caridad de "hacer el bien sin mirar a quien" como reza la máxima de toda la vida.

A Sor Elvira la hemos visto en la calle, de madrugada, cargada de bolsas de alimentos que llevar a las casas que los necesitaban. Muchos y durante muchos años, no comprendíamos cómo su pequeña envergadura física podía con semejante labor que completaba con el reparto de alimentos en la sede de "su" Cáritas Parroquial ubicada en la Rúa da Roda, donde atendía y alojaba a cientos de necesitados locales e inmigrantes poniendo por delante el auxilio a la pura necesidad. Sor Elvira consiguió "papeles", al menos documentos elementales, para quienes no los tenían, peregrinando por los despachos y echando mano, aún a guisa de resultar presionante, de la buena voluntad de quien tenía en la mano facilitar aquella labor de integración. Fue capaz en treinta años de adquirir, a base de pedir ayudas allí donde fuera factible, dos pisos donde alojar a los sin techo que lo necesitasen e historias personales, sobre todo de jóvenes subsaharianos, habría para escribir un libro mostrando lo que es la auténtica caridad. Con los pisos adquiridos que puso a nombre de Cáritas Parroquial, y otros 27 más alquilados, consiguió organizar una red de auxilio de la que los marinenses apenas sabíamos nada porque las cosas se hacen así, en silencio, mientras que ella era la responsable del pago de alquileres y gastos de comunidades, electricidad, agua etc.

Con noventa años de edad tuvo que empezar de cero porque la historia es muy cruda y buscó el apoyo de exalumnos/as y colaboradores que, reconociendo que la vida es así de injusta, se pusieron a su lado fundando un colectivo denominado "Asociación de Acción Solidaria Sor Elvira" en la que siguió ejerciendo su altruista labor hasta que las fuerzas físicas le fueron fallando postrándola en el lecho donde, después de varios meses de sufrimiento, ayer acabó su vida. Sor Elvira Grasa Gil ha sido un ejemplo para todos los que quieren reconocer su esfuerzo. Siempre rechazó méritos propios y siempre decía que su obra era la de la Providencia que nunca la dejó en la estacada en tan dilatada labor.

Los marinenses debemos a Sor Elvira un reconocimiento por la ejemplaridad de su entregada vida a los demás. En alguna ocasión se intentó promover su nombramiento como Hija Adoptiva del municipio aunque acabó desistiéndose porque los marinenses nunca supimos reconocer los méritos de quienes como ella lo han entregado todo a este pueblo. Setenta y dos años de una vida no los tienen la mayoría de los marinenses de hoy y, méritos como los suyos, tampoco. La verdad es que en su espíritu estaba rechazar cualquier tipo de homenaje pero eso no quita de lo que sería realmente justo.

Esta tarde, a las cinco, seremos muchos los que la acompañaremos a su última morada y mañana, a la misma hora, en la ceremonia de su funeral, pero su recuerdo permanecerá por muchos años entre quienes la conocimos.

* Presidente de la "Asociación de Acción Solidaria Sor Elvira