No voy a comprar el chusco, oportunista, tosco, caricaturesco y deformado panfleto de Ignacio Sánchez-Cuenca La desfachatez intelectual pero sí leí en la red el adelanto propagandístico-promocional que arranca recomendando al lector que coja aire, pues necesitará aguantar la respiración en estas primeras páginas de inmersión profunda en la desfachatez intelectual. Y, a renglón seguido, Durante la crisis humanitaria blablablá. Impresionante. Al llegar a lo de crisis humanitaria estuve a punto de dejar de leer porque -en mi opinión, a buen seguro errónea a la par que todo lo que seguirá- solo un imbécil puede calificar de humanitaria una crisis de migrantes.

| ¿Juaristi dice lo mismo que ETA? En la estela de Fouquier-Tinville y las tricoteuses durante la Terreur, aplicándose cual monjita rumiando oraciones, en un ejercicio de descontextualización, amalgama y manipulación completa de un artículo de Juaristi en ABC, Sánchez-Cuenca dice que para el primero los niños sirios son algo así como escudos humanos utilizados por sus padres para abrir las puertas de la fortaleza occidental (obsérvese el oxímoron). No contento con el rebuzno, el panfletario recupera viejas insanias de ETA y se las lanza a Juaristi a la cara: ¿no decía ETA lo mismo cuando moría un hijo de un guardia civil en un atentado con coche bomba? Pues no, no decía lo mismo. ETA afirmaba, bajunamente, que la GC utilizaba escudos humanos; Juaristi se refería, objetivamente, a la manipulación mediática. Y tanto es así que sabemos hoy sin adarme de duda que entre los refugiados no todos eran sirios y muchos traficaban con niños.

Las inmisericordes y abyectas líneas perpetradas por Sánchez-Cuenca, en las que la objetividad queda en inclusera orfandad, no tienen otro objetivo que probar la insensibilidad de Juaristi por no entrar en el fondo humanitario de la cuestión. La manipulación del texto de Juaristi es no solo total sino indecente. Sucede que la réplica de Juaristi en ABC (Escudos 13/03/2016) fue antológica, absolutamente demoledora: Un tal Ignacio Sánchez Cuenca ha publicado un libro contra un montón de gente: contra Savater, Azúa, Muñoz Molina, Cercas, Pérez Reverte. Y contra mí. ¿Quién es este Sánchez Cuenca? Se presenta como profesor de ciencia política de una universidad madrileña, pero antes fue mamporrero del presidente Rodríguez, al que suministró pretextos para pactar con ETA cuando la banda se iba a pique. Ahora hace la rosca a Podemos y a los separatistas, porque sabe muy bien qué palos pintan en los departamentos de Ciencias Ocultas (perdón, Políticas).

Innecesario seguir leyendo más: en unas cuantas líneas quedan reflejados los trazos de un tipo que se parece mucho a lo que uno entiende por oportunista mercenario intelectual.

| ¿Azúa no es un exiliado? En la nómina de intelectuales (horresco referens) agraviados, el denominador común de prácticamente todos ellos es haberse alzado contra la peste del nacionalismo periférico que tanto amparo recibió de Zapatero y de sus portamaletas adjuntos, entre los cuales un tal Sánchez-Cuento. Por ello, no sorprende que, por ejemplo, en su intento de ensañamiento reproche lo chocante que resulta que el propio Azúa, en entrevistas y otros formatos, se haya declarado un "exiliado" porque decidió abandonar Barcelona e irse a vivir a Madrid. Hay que tener un ego bien puesto para presentar una decisión así como un "exilio", sobre todo en un país como el nuestro que ha tenido en el pasado experiencias desgarradoras de exilio auténtico.

Provoca mucho asco y no poca grima que en su afán de manipulación, Sánchez-Cuenca pretenda revestir la imagen del exiliado interior con los ropajes de 1939 -boina, alpargatas, ladillas y maleta de cartón incluidas- y agarrándosela con papel de fumar reconsidere, con pedantería insufrible, el concepto exilio como si radicara en las formas y no en el fondo. Desgraciadamente, la cruda realidad, los datos aplastantes, muestran que no es solo Azúa quien ha tenido que exiliarse de Cataluña -por no hablar de los 200.000 vascos- sino también cientos de empresas. Y Borrell y Boadella y Ángel de la Fuente y miles de personas que ya no pueden seguir viviendo en el apestoso magma de fratría nacionalista que ha recubierto Cataluña. Pero eso a Sánchez-Cuenca le da igual, mejor dicho, le conviene como a todo pescador oportunista cuando el río va revuelto. Habida cuenta que mientras a unos el fascismo catalanista les impide dar una conferencia en la universidad, a Sánchez-Cuenca sus aliados le pagan con puesto de profesor asociado en la U. Pompeu Fabra. Manda cojones, Romanones.

| ¿Savater humilla a los parados? En cuanto a Savater, Sánchez-Cuenca lo ataca buscando la complicidad animalista. Trae al caso una intervención televisiva en la que hace decir al filósofo que muchos parados en situación límite quizás se cambiasen por las paradisiacas condiciones de vida del toro bravo en libertad. Y, a continuación, el tal Sánchez-Cuenca entrando a matar perpetra tremendo bajonazo, mostrando toda la estulticia de la que es capaz: Resulta difícil imaginar qué imagen del parado pueda tener Savater. Parece pensar que se trata de un ser desesperado, incapaz de defender su dignidad, que con tal de llevar una buena vida está dispuesto a ser la víctima de una sesión letal de tortura, realizada además en público, a la vista de sus conciudadanos, en medio de un jolgorio. O sea, como si se creyese al pie de la letra la parábola imaginada por Savater y diese por hecho que los parados pudiesen transformase en toros. Hay que ser verdaderamente tarugo para salir por ahí.

La argumentación de Sánchez-Cuenca no solo es de una tremenda mala fe sino de una indigencia intelectual que revela que el chico -además de corto de entendederas como sospechábamos- es completamente imbécil. En primer lugar, hay que resituar el discurso de Savater dentro de un contexto más amplio y más documentado que es el que proporciona su libro Tauroética. Aquí Savater se aproxima al animalismo en general y a los toros en particular desde un punto de vista estrictamente filosófico, como el título indica. Cualquiera entiende que su punto de vista no sea compartido (a mí, por ejemplo, no me gustan las corridas de toros) lo que se entiende menos es que se amalgame la experience of thinking que propone Savater -ni siquiera contingente- con una posible traslación a la vida real.

Es decir, nunca un parado va a terminar en una plaza de toros estoqueado delante de la multitud chillona. Sin embargo, la experience of thinking de Savater no es en absoluto descabellada toda vez que en Roma muchos hombres libres aceptaban, llegado el caso, morir humillados ante una multitud chillona y cruel si pagaban bien la destreza de gladiador. Lo que evidentemente quiso decir Savater -y el otro tahúr descontextualizó tramposamente- es que, con todas las salvedades que se imponen y que solo un manipulador no tendría en cuenta, las condiciones de vida de los toros son mejores que las de muchos humanos, comparando lo que pueda ser comparable. A mayor abundamiento, no es necesario remontarse a la antigua Roma para comprobar que la experience of thinking ya se ha realizado y ha tenido respuestas afirmativas en peores condiciones que las que de la analogía de Savater. Ocurre que, hace años, antes de que las funciones de limpieza y evacuación de residuos radioactivos de las centrales nucleares estuviesen robotizadas, en Francia se buscaban obreros para esa labor. Se les explicaba que a pesar de los trajes de ultra-protección las radiaciones alcanzaban el organismo y prácticamente todos los trabajadores aunque solo trabajasen cinco años, con un salario tres veces superior al de un ingeniero, acababan muriendo de cáncer muy jóvenes. Siempre había más voluntarios que plazas disponibles. Es terrible pero es así. Eso es lo que simboliza la parábola del toro y el parado.

| Sánchez-Cuenca: oportunista y envidioso. Impresiona el desparpajo de Sánchez-Cuenca al endosarle a los demás (como en el chiste del velatorio echándole la culpa del mal olor al fiambre) la meridiana desfachatez, mala fe y falta de clase intelectual de la que hace gala el panfletario de marras en el libelo que nos quiere vender. Ya que se trata de eso precisamente. De vender. Y de venderse. Sánchez-Cuenca, a juzgar por lo que le leí, es un incompetente notorio -ex-mulero de la cuadra Rodríguez Zapatero- sin la mínima originalidad, casi plagiario, y buscavidas repelente que con este libro quiere ameritarse para que Podemos o los nacionalistas periféricos, o quien sea, le den una cátedra. O algo.

Aplicando el mismo análisis que ya utilicé en casos de buscavidas de parecida mínima envergadura intelectual sostengo que Sánchez-Cuenca representa al profe progre, oportunista arquetípico, que se debate en el mercado de las ideas para encontrar ubicación. Este mercado, lleno de mediocres en ciertas Facultades, obliga a extremar y radicalizar el discurso para hacerse oír entre tanto chalán vendiendo ideas. Una de las explicaciones propuestas a la deriva hacia la radicalidad es que los intelectuales menos brillantes y más corruptos y con mayores ansias de empoderamiento, para no perder protagonismo exponiendo ideas que podrían pasar por banales o poco avanzadas, se enzarzan en una competición declarativa maximalista que arrastra a otros miembros del grupo. Sánchez-Cuenca, en este contexto, incapaz de abrirse paso con la cabeza lo intenta a cabezazos en aras de encontrar su espacio: cerca de los nacionalistas y de Podemos. Está en su derecho. No obstante, como en esas latitudes la audiencia es modesta, simplona, lee poco y es más partidaria del pataleo sonoro que del razonamiento susurrado, Sánchez-Cuenca trata de hacerse oír con el estridor de las niñas en el patio de recreo gritando ¡qué hay de lo mío!

Sinceramente hacía mucho tiempo que no leía nada tan odioso, mediocre, bajuno, insustancial y canallesco como el montón de basura depuesta por Sánchez-Cuenca en la entrada de un libro que no leeré. En el fondo, lo que late en todo ello, además del oportunismo, es una tremenda envidia. Paradójicamente, el panfleto acaba siendo, a contrario, un homenaje a los injuriados. Sí, Sánchez-Cuenca envidia a quienes supieron erguirse como lanzones francos, a veces a riesgo de sus vidas, ante los nazionalitaristas gracias a tener lo que a los pelagatos les falta: huevos y dignidad.