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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Y además de todo eso, cursi

Desde su aparición en el primer plano de la política española, se han oído decir muchas cosas sobre la figura de Pablo Iglesias, el secretario general de Podemos, hoy tercera fuerza (muy cerca de la segunda) en el Parlamento. Para algunos de sus numerosos detractores, se trata de un político de la extrema izquierda radical e ideología marxista leninista que, tras haber recibido ayuda económica de los gobiernos de la República Bolivariana de Venezuela y de la República Islámica de Irán, pretende implantar en España un régimen bolchevique muy parecido al de la extinta Unión Soviética. (El Lenin de la Complutense le llama a Iglesias un conocido locutor de radio). Para otros, en cambio, se trata de un fenómeno creado artificialmente por dos cadenas de televisión muy próximas a don Mariano Rajoy y a doña Soraya Sáenz de Santamaría, que habrían visto en la ascensión de Podemos la mejor forma de debilitar al PSOE y de paso dar cauce legal al cabreo ciudadano tras cuatro años de recortes brutales.

Desgraciadamente, la mayoría de experimentos para crear monstruos de laboratorio suelen acabar mal y ahora la horrible criatura ha cobrado vida, se ha hecho mayor e independiente y amenaza con devorarnos a todos empezando por los insensatos que le han insuflado aliento vital. Todas estas opiniones, que parecerían fruto de una enajenación mental transitoria, cuando no de la maledicencia más desaforada, puede usted leerlas y oírlas en los medios de forma habitual y a fuerza de ser repetidas han llegado a crear, entre cierta clase de público, una apariencia de dogma irrefutable.

En cualquier caso, no se entiende muy bien como han podido coincidir en esta siniestra operación política, sin que el CNI lo detectase a tiempo, los presidentes de dos regímenes tan alejados entre sí, como Venezuela e Irán, y el presidente y la vicepresidenta del Gobierno de España. Una señora, por cierto, a la que teníamos por pacífica y discreta hasta que en algún medio nos ha descubierto su afición a cortarle la cabeza a todos los que pudieran interrumpir la siesta de su amado jefe. Con ese repertorio de maldades creíamos que todo lo negativo que pudiera decirse sobre la figura de Pablo Iglesias ya se había agotado, pero últimamente hemos encontrado otra veta por explotar.

Resulta que, el líder de Podemos es un cursi. Un cursi redomado o un cursi de siete suelas, como se solía decir hace bastantes años sin que supiéramos muy bien cual era su verdadero significado. Y el pretexto fue una carta a la militancia en la que llamaba a defender, entre otros asuntos, la "belleza" de su movimiento político. Bastó ese desliz sentimental para que se le tiraran al cuello muchos comentaristas. Uno de ellos bajo el muy expresivo título de Peor un cursi que un malvado, lo que dice mucho sobre la jerarquía de valores de su autor. "Siempre es menos de temer un malvado ortodoxo, previsible como decía Anatole France, que un cursi cínico parapetado tras la espuma fatua de la cursilería", finalizaba su artículo. Lo del "cursi cínico parapetado tras la espuma fatua de la cursilería" no deja de adolecer de lo que critica.

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