El 10 de marzo de 1584, desde Madrid, el rey Felipe II le escribe una carta personal a Hernán Tello, comendador de Villoria, para que averigüe si en el tiempo en que don Diego de Sandoval fue su Veedor general de las Guardas, hubo algún caso de nombramiento de dos personas distintas para el mismo cargo y por qué no figura en los libros de sueldos de su contaduría mayor. Asimismo recaba información y papeles de cómo se obró en dicho caso. Dado este suceso, le insta también a que indague si existen nuevos casos y cómo se han propuesto para proceder en consecuencia. La carta consta de un folio por anverso, con la firma del Rey y de su secretario Juan Delgado -el documento se conserva, en perfecto estado, en el archivo personal del autor, gracias a la generosidad de un amigo y a la vez padre de un niño que fue su pequeño paciente-.

La carta es la respuesta del monarca a la información dada por su Secretario de Estado, Juan de Idiáquez y Olazabal (Madrid,1540 - Segovia, 1614), el primer responsable, después del rey, de los servicios secretos españoles en la segunda mitad del siglo XVI. Idiáquez era un hombre trabajador, prudente y discreto en el que el Rey confiaba sin temor, no solo cuando profesó directamente como secretario, entre 1579 y 1587, sino hasta 1598 en que, a pesar de ser consejero real siguió ejerciendo "de facto" las funciones de secretario que habían sido nominalmente transferidas a sus parientes Martín y Francisco de Idiáquez. Esta subordinación hizo que Cristobal de Moura -la persona de más íntima confianza del Rey- llamase a Francisco, dada su poca energía, "fray cagadico".

El documento, aunque menor en un Imperio grandioso como el español del siglo XVI, ejemplariza la bondad de la información, la buena comunicación y la respuesta eficaz de un gobernante ante una irregularidad y posible caso de corrupción.

La coyuntura histórica nacional e internacional durante el siglo XVI, especialmente durante la segunda mitad de esta centuria, llevaron al desarrollo del espionaje, hasta el punto de considerar que fue su primera Edad de Oro. Varias fueron las causas. La amenaza de monarquía hispánica de llegar al poder universal. La convergencia de intereses dinásticos, ideológicos, comerciales, de control de rutas y de prestigio. La fractura de la de la cristiandad con la consolidación de la Reforma. Y la adopción de las monarquías absolutas hacia la conversión en estados modernos. Conjunto de causas que indujeron a conspiraciones, sabotajes, intrigas y uso y manipulación de la propaganda, que afectaron a las relaciones de los estados europeos y crearon un clima de desconfianza y secretismo. Ya ningún estado podía confiar en el otro y unos personajes recelaban de los otros dentro de una nación en la que el engaño era la práctica habitual. En términos contemporáneos se calificaría de verdadera "guerra fría".

Consciente de esta situación, Felipe II temía ser engañado y sabía muy bien de la transcendencia de mantener constantemente una buena información. A todo ello se sumaba su carácter, bien definido por su mayordomo Lorenzo van der Hamen en su libro Don Filipi El Prudente, segundo de este nombre, rey de las Españas y Nuevo Mundo (Madrid: Viuda de Alonso Martín; 1625): "Sospechar y no creer ni confiar eran los nervios de su prudencia". Circunstancias todas que le llevaron a conformar unos servicios secretos poderosos, con una red de espionaje muy bien organizada, compleja y efectiva. Sin duda era la más valiosa y fuerte de la época y, como consecuencia, una temible maquinaria a la que tarde o temprano nadie escapaba. Para cumplir con esa finalidad el monarca destinó al espionaje gran cantidad de recursos económicos y humanos. La dirección estaba encabezada por el propio rey y los miembros del Consejo de Estado, más solo en los que más confiaba, de los cuales el primero era sobre todos el cardenal Antonio Perrenot Granvela. Felipe II, de forma personal, contrataba o rechazaba los espías, autorizaba los pagos, canalizaba la información mediante el correo y decidía las actuaciones. El hecho de que era experto en criptografía le facilitaba estas funciones, lo que unido a su carácter reservado le convirtieron en el perfecto dirigente del espionaje. Después del rey, la responsabilidad era de los secretarios de estado y a continuación estaba el "Superintendente de las Inteligencias Secretas" o "Espía Mayor", de los que dependían los diferentes tipos de espías, y entre los que figuraban los diplomáticos, los embajadores, los altos cargos de estado, virreyes incluidos, y determinados militares. A todos ellos el soberano les imponía esta exigencia a lo largo y ancho de todo el imperio. Incluso recurría a los bufones que actuaban como una verdadera red de escuchas.

El tema es fascinante y muy extenso para el espacio limitado del que dispongo, por lo que los lectores que quieran completar sus conocimientos pueden valerse de los libros del escritor e historiador español Carlos Carnicer Garcia (Ciudad Real, 1963), de los que destacaría Espías de Felipe II. Los servicios secretos del Imperio español (La esfera de los libros, 2005). También es autor de novelas históricas en las que recrea a Forcada. Un espía español al Servicio de Felipe II, en los que el personaje se mueve en apasionantes escenarios como París y Londres y vive aventuras muy sugestivas y entretenidas.

Entre los espías de Felipe II y de otros reyes figuraron personalidades muy destacadas entre los que estuvieron célebres escritores. De ellos quiero citar a Miguel de Cervantes, dada su relevante y curiosa actuación en esta faceta, que además es poco conocida, y a la que se suma la coincidencia con la celebración del IV Centenario de su muerte. Precisamente, por estos pormenores, me propongo que esta actividad de Cervantes sea el tema de mi próximo artículo dominical. También entre estos agentes secretos figuraba un gallego de origen ourensano, casi desconocido por todos, al que llegué por pura casualidad y que no dejaremos de traer a estas páginas. Pero no lo revelaremos hoy, para no restarle interés.

Los espías del rey me evocan a James Bond, el personaje de ficción creado por el periodista y novelista inglés Ian Fleming (1908-1964), protagonista de novelas, películas, cómics y videojuegos, que protagoniza sus propias misiones como "Agente 007". De una de sus películas, "Al servicio secreto de su Majestad", he tomado el título de este suelto, pues me pareció el más oportuno.

En cualquier modo, este artículo me suscita algunos interrogantes y comentarios que no eludo realizar. ¿Cómo es factible que documentos como la carta comentada estén en manos privadas sin catalogación alguna? Es un pequeño pero triste ejemplo de la dispersión documental en España, de la que es clara muestra la referida a Felipe II, a pesar de los esfuerzos del rey al crear el archivo de documentos del estado en el castillo de Simancas. En 1952, el ayudante de cámara del Rey, el flamenco Jehan Lhermite, dijo al visitar el modélico archivo: "los documentos del reino? han sido colocados allí con tan buen orden que enseguida es posible encontrar lo que se busca". La ambición y los personalismos llevaron a una lamentable disgregación, que ha sido evidenciada por múltiples autores. Entre ellos citaría a Geoffrey Parker, que reveló que para escribir desde 1972 la primera biografía, Felipe II, hasta que publicó la última, El rey imprudente. La biografía esencial de Felipe II (Planeta, 2015), pasando por Felipe II. La biografía definitiva (Planeta, 2010) y otras muchas obras, tuvo que consultar documentación dispersa por todo el mundo en archivos públicos y privados. En concreto, la más valiosa colección del archivo privado de Felipe II, el de los Condes de Altamira, fue dispersada a mediados del siglo XIX y perdida definitivamente para España. No fue hasta hace tres años escasos cuando el historiador descubrió 3.000 documentos inéditos en los fondos de la Hispanic Society of America, en Nueva York, que habían formado parte de la Colección Altamira, y con los que pudo redactar la última biografía de Felipe II. Él mismo afirma que hoy no la denominaría "definitiva". En España, el proyecto "Archivos Españoles en Red" han puesto "en línea" miles de documentos de los archivos españoles relacionados con Felipe II. Similares iniciativas han tenido lugar en Inglaterra y Holanda. Frente a estos afanes, nuestros gobernantes actuales, en una demostración de absoluta ignorancia, están permitiendo la fragmentación documental de archivos claves sin otra finalidad que satisfacer los deseos de megalómanos autonómicos y hasta aldeanos.

Si en el siglo XV Felipe II tenía una eficaz red de inteligencia frecuente y rápida, con la única comunicación del correo, a la que exigía estar al día de cualquier conocimiento obtenido perseguido por su red, a pesar de medios mucho más rudimentarios que los actuales, y además lo hacía empero tener bajo su responsabilidad el mayor imperio del mundo... ¿cómo es posible que en la actualidad y con una frecuencia no justificada, a pesar de servicios muy desarrollados y eficaces como el Centro Nacional de Inteligencia, no se puedan prevenir ciertos peligros, amenazas o atentados? ¿Por qué nuestros gobernantes de hoy no están al tanto de hechos inconcebibles hasta que la agresión ya se ha producido o la corrupción es generalizada?