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Juan José Millás.

No tenemos ni idea

Los oyentes de radio sabemos que la mañana empieza con la información de la Bolsa. Por cierto, que cuando escribo estas líneas sube, pese a que el mundo baja, aunque no es raro que baje cuando el mundo sube. Se desploma y florece como un termómetro loco, obedeciendo a causas esotéricas. Parece mentira que Iker Jiménez no le haya dedicado todavía un programa. O dos. Significa que comenzamos el día con una información más propia de la fantasía que de la realidad. Pero no nos damos cuenta de ello. Vivimos, pues, en un ensueño atroz donde los movimientos económicos parecen dictados por un carácter semejante al de la Reina Loca de Alicia en el País de las Maravillas. Pura arbitrariedad cuyas consecuencias caen siempre sobre las mismas espaldas. Ahora mismo caen sobre las mías, posiblemente sobre las de usted, que se dirige en el coche a trabajar sin meterse con nadie. Siempre en el caso de que tenga trabajo, claro está.

Damos a la información mágica sobre la Bolsa el mismo valor que a la científica del termómetro, que nos dice si el niño debe o no debe ir al colegio. Una vecina, a cuya hijita cuido cuando los padres van al cine, me asegura que los colegios están llenos de niños con fiebre porque los progenitores no tienen con quién dejarlos. En ocasiones, las oficinas están llenas también de gente con neumonía por miedo al despido. Hoy mismo, después de la información sobre la Bolsa, la radio ha informado de que una mujer fue despedida de su trabajo en un hotel al poco de que le diagnosticaran un cáncer. Los departamentos de recursos humanos de las empresas se deshumanizan a cien por hora. Oculte usted sus diagnósticos, no busque piedad ni solidaridad allá donde se gana malamente la vida porque le condenarán a muerte.

Es posible que el mismo día que recibimos un diagnóstico fatal suba la Bolsa. No nos enfademos. Ha subido por razones fantásticas, que nada tienen que ver con nuestra patología clínica. De hecho, ha subido mientras aumentaba la crisis de los refugiados, que mueren de tisis a las puertas de Europa. ¿Qué es lo que le conviene entonces a la Bolsa? No tenemos ni idea. Si lo supiéramos, intentaríamos satisfacerla, incluso sacrificando, como los antiguos, a nuestros jóvenes. ¿Pero acaso no los sacrificamos ya?

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