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Ilustres

Dos asuntos breves

De patrias "El portero del edificio colindante con el que vivía Lennon cuando fue abatido por David Chapman, había bebido el día anterior al asesinato un café con un vendedor de periódicos de ascendencia gallega al que el exbeatle le compró un ejemplar del New York Times": y con un titular así (ficticio), se establece una línea fragilísima pero inapelable de relación entre John Lennon y Galicia: sin dicho nexo (exageremos, que para eso está el idioma) el de Liverpool jamás hubiera escrito Imagine. ¡Galicia calidade, coño! Cuando cada día las fronteras son más lábiles, uno se encuentra en los diarios noticias de ese jaez, buscando las raíces (en este caso gallegas) o los vínculos con alguien famoso como si eso engrandeciera el borroso concepto de "Galicia".

Al paso que vamos, aparecerán establecimientos hosteleros (preferiblemente de Santiago) donde pueda leerse en el pórtico: "Aquí meó Bertín Osborne" o algo similar. Aunque sería más hermoso encontrarse con alguno que reivindicara, jactancioso, "Aquí no comió Hemingway", como el que hay en las inmediaciones de la Plaza Mayor de Madrid: el orgullo de la humildad. Pero esa búsqueda incesante de filiaciones más o menos dudosas, sólo ocurre cuando la persona cuyas raíces se estudian pertenece al bando del éxito, aunque sin descartar el de los asesinos en serie: resulta extraño que a estas alturas nadie haya hurgado en la genealogía de los salvajes que perpetraron la carnicería en Puerto Hurraco para descubrir que antes de cometer semejante tropelía habían consumido previamente una garrafa de aguardiente de hierbas de Castrelo de Miño, por ejemplo, o unas botellas de licor café de Loiro, de fama mundial, por supuesto, que hay un mendigo en Moscú que pasó varios años en Palas de Rei y que se atiborra de esa bebida para soportar los fríos inviernos y los veranos menos fríos y las inestables primaveras y los breves otoños y a quien todos en la capital rusa conocen por el apodo de "O galego".

Me temo que cuando mi adorada Susan Sarandon muera algún visionario establecerá su correspondencia con Galicia puesto que en el trayecto Ourense-Santiago, por la antigua y hermosa carretera, uno se encuentra con dos pueblos, casi consecutivos, cuyos nombres son Susana y Sarandon. Pero siempre habrá alguien más osado, como ese historiador/visionario catalán, por llamarlo de alguna manera, que afirma tajantemente que Cervantes y Santa Teresa son catalanes; seguramente está investigando la estirpe de Einstein para descubrir que Albert nació en Sant Cugat y fue socio del Barça hasta su muerte. Es más, como habían inventado de forma miserable con la muerte de Cela, que según su fiel compañera María Castaño profirió antes de morir aquellas dos inolvidables sentencias ("Marina, te quiero" y "Viva Iria Flavia"), Einstein, en su lecho de muerte, gritó "¡Viva la República Independiente de Catalunya!". Empiezo a sospechar que el primer caganer de la historia responde a un diseño de Leonardo da Vinci, que pasó largas temporadas en Platja d'Aro. Con dos cojones.

2.-De correcciones Hace meses escribió un artículo Javier Marías en El País Semanal en el que insertaba una frase que venía a decir (lamento no poder transcribirla literalmente) que una determinada situación era un cáncer para nuestra sociedad (supongo que sería la corrupción o algo de ese jaez). A la semana siguiente, en la sección Cartas al Director una persona manifestó su protesta porque el novelista había jugado con la palabra cáncer, una enfermedad lamentablemente común y que, según no sé qué periódico, padecerán (padeceremos) uno de cada tres españoles. La reconvención me parece muy traída por los pelos ya que no estaba en el ánimo del señor Marías injuriar o denigrar a nadie sino que echaba mano de una expresión coloquial para alertar a sus lectores de algo que él consideraba grave. Eso denominado corrección política es un eufemismo (una pijada) bajo el cual se agazapa la censura pero lo grave (acojonante) es que ya no existe (espero y deseo) la figura del censor sino que es la misma (puta) sociedad quien establece los límites dentro de los cuales uno debe manejarse con prudencia que no es tal sino gazmoñería.

Si nos ponemos tiquismiquis (tocapelotas) habría que reescribir todo, desde la Biblia hasta Bukowski, más o menos, y sólo se salvaría El divino impaciente de Pemán. Porque una expresión desafortunada como "gocé como una perra" no sé a quién exaltaría pero algún (jodido) miembro de alguna asociación animalista pondría el grito en el cielo por involucrar a un tierno cuadrúpedo en el acto sexual (o sea, lo que vulgarmente se denomina un polvo o un kiki, entre otras muchas y variopintas acepciones). Así que hay que expresarse, según algunos, con sumo cuidado, cogiéndosela con papel de fumar, porque cualquier palabra es susceptible de herir sensibilidades y escrúpulos.

Evite usted incurrir en lo de "es un trabajo de chinos" no vaya a ser que vejemos a ese pueblo asiático. Cualquier día no podremos pedir chorizos en una tienda porque alguien asegurará que estamos haciendo una velada crítica a buena parte de la clase política. Pero a éste no sé si darle la razón.

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