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Sólo será un minuto

Con faldas y a lo loco

Es inevitable temer que las correcciones de género acaben degenerando en una guerra de sexos donde lo justo y lo innecesario nos dejen con la lengua fuera al escribir

Da la sensación de que algunos políticos de nuevo cuño están de coña cuando sueltan algunas de sus propuestas. Como niños con zapatos nuevos que estrenan pisando charcos. O charcas. Y algunas de sus propuestas con ideas de fondo sobre las que se puede y se deben abrir debates serios, rigurosos e inmunes a la frivolidad acaban generando más polémica nimia de formato tuit que un diálogo fértil y basado en argumentos de peso. Cuando esos políticos se llenan de buenas intenciones y ponen faldas a los monigotes de los semáforos para combatir la discriminación a las mujeres demuestran que no se han parado a pensar sobre sus significados ni los 30 segundos en los que la luz tarda en cambiar de color. ¿No es acaso una muestra grosera de sexismo dividir a hombres y mujeres por sus vestimentas? ¿No es sexismo puro e inmaduro imponer faldas al sexo femenino y pantalones al masculino? ¿No habíamos quedado en que no es nada moderno que las chicas jueguen con Barbies y los chicos con camiones? La medida no es nada original (hay varias ciudades que ya lo hicieron) y solo contribuye a aumentar las diferencias en lugar de cortarles el paso. ¿Qué pasa con las mujeres que llevan pantalones? ¿No se deben dar por aludidas? ¿Y los homosexuales y transexuales con qué figura se deben identificar? ¿Pueden cruzar o no pueden? De acuerdo, admitamos el valor del gesto como una señal de atención, pero ¿no sería más igualitario y justo reclamar semáforos usados en otros países donde no hay ni faldas ni pantalones, sino simples mandatos: "camine" en verde, "no camine" en rojo.

De perdidos, al lío. Ya puestos a soltar ocurrencias vacuas, también nos han creado nuevas palabras, como "mujeraje" ("donanatge", en el original catalán) en lugar de homenaje con las que se pretende una desconexión por la fuerza de las normas establecidas e imponer, en este caso por la vía del ridículo, una alternativa que no nace de la reflexión y el consenso, sino de coger el diccionario y tachar de él lo que no guste. A las bravas. Que el uso del masculino es a veces abusivo e injusto, fruto del dominio absoluto que durante siglos ha ejercido un sexo sobre el otro, no da derecho a tomarse la justicia por su mano, o su lengua en este caso, porque se corre el peligro de convertir una reivindicación en una ocurrencia de corto recorrido, como cuando alguien se inventó aquello de los miembros y miembras. Postura que, además, también va contaminada por la discriminación: ¿acaso "mujeraje" implica que los hombres no pueden participar en esos actos? ¿Se les prohíbe el paso solo por el hecho de tener miembro y no ser miembra? ¿Vamos a sustituir una palabra que consideramos injusta por otra que también lo es? ¿Cambiamos el título de George Orwell "Homenaje a Cataluña" por "Mujeraje a Cataluña"? ¿Reescribimos los clásicos uno por uno? ¿Esto es progresismo auténtico o simples y llanas ganas de marear la perdiz? Que, por cierto, no tiene masculino. ¡Inventemos un palabro, caramba! Propongo perdizo.

Y no hay dos sin tres: el Congreso de los diputados es una expresión machista. Dicen. No se habla de añadir "y diputadas", sino de dejarlo a secas como Congreso. Dos puntualizaciones que me apunta un amigo filólogo: el "Congreso de los Diputados" es, según la RAE, la "Asamblea legislativa formada por representantes del pueblo elegidos por sufragio universal". "Representante" es "persona que representa a una comunidad". No existe "representanta", pues "persona" ya indica "hombre o mujer distinguidos en la vida pública". Si aceptáramos la argumentación desdichada y agramatical de los podemitas, podríamos lamentar que "persona" es femenino y, por lo tanto, no incluye al masculino. Me discrimina.

Todo es discutible en esta vida. Todo se puede cambiar si hay consenso y sentido común, sin recurrir al esperpento ni a la política circense. La RAE no escribe sus normas en piedra y adaptarlas a los nuevos tiempos es un derecho de toda la ciudadanía: ciudadanos y ciudadanas. Pero cuando se usan como ariete propuestas tan endebles y superficiales es inevitable temer que las correcciones de género acaben degenerando en una guerra de sexos donde lo justo y lo innecesario acaben por dejarnos a todos con la lengua fuera a la hora de escribir.

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