Los rostros de los nuevos representantes del pueblo desprendían felicidad durante las primeras sesiones parlamentarias. En ellos se detectaba la ilusión de quien descubre la noche por primera vez. Algunos se mandaron mensajes para quedar después de los discursos como si fueran estudiantes de secundaria; y otros sonreían en su escaño, sintiéndose adultos entre los puretas de la casta, pensando incluso en invitar a las copas en el bar. Todavía no se habían topado, claro, con los reversos de la trama nocturna: la decepción, la crueldad, los arrepentimientos y la traición. Condenados a padecerlos en una perpetua resaca. "Hay algo que nunca nos perdonarán: no ser como ellos", escribió Pablo Iglesias. "Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección", añadió Errejón. Cualquiera diría que estos diputados se referían a la crisis interna de Podemos, surgida a raíz de las discrepancias que existen entre los distintos sectores del partido, y no a un amigo que le ha dejado la novia. La nueva política, además de pasión, ha introducido un lenguaje que nos retrotrae a los años que vivimos peligrosamente.

El Congreso de los Diputados se está convirtiendo en una especie de sala de fiestas temporal, puesta por necesidad en alquiler, cuya función no es otra que la de servir de entretenimiento a sus efímeros clientes mientras se espera la llegada de un dueño solvente que consiga devolverle al local la esencia de lo que fue, como ocurre con esas discotecas legendarias, símbolos de placeres pretéritos y décadas prodigiosas, transmutadas con el tiempo en reliquias para turistas, donde ya solo se organizan eventos especiales y festivales temáticos. Un día, a modo de remember, se podría dedicar una sesión a la socialdemocracia, término que parece haber caído en desuso, y otro día al conservadurismo, puesto que ambas ideologías han sido sustituidas por diversos vocablos ("sensato", "reformista", "plural") que significan todo y nada al mismo tiempo.

Como "por el momento" no se van a establecer nuevas consultas con los grupos políticos, ahora es el "tiempo de los partidos". He aquí nuestra democracia en acción, que consiste en quedarse inmovilizados. Pasarán días y noches, se celebrarán reuniones y se emitirán comunicados, pero esas mismas personas, como el dinosaurio de Monterroso, seguirán estando ahí. En este periodo de reflexión, iniciado por el Rey, aparte de las contradicciones en las que tendrán que caer algunos líderes políticos, imprudentes quemadores de puentes, si es que en algún momento llegan a pactar, se pondrán de manifiesto las deficiencias del sistema -origen de este incomprensible quietismo- y tendremos la oportunidad de contemplar un grotesco baile de máscaras preelectoral que puede acabar en las urnas con unos resultados imprevisibles aunque posiblemente parecidos.

Entonces todos hablarán de nuevo sobre la regeneración democrática, la despolitización de la justicia, la reforma constitucional y las medidas urgentes contra la corrupción, entre otros maravillosos eslóganes. Regresaremos al kilómetro cero de la investidura. Y los ciudadanos, en ese hipotético escenario, en vez de pensar en el voto útil, comenzarán a reflexionar sobre la utilidad del voto en sí misma. Entretanto, a falta de un gobierno, hay que aprovechar el lugar para tomar las últimas. Al fin y al cabo, pensarán sus melancólicas señorías, muchos ya no nos volveremos a ver las caras por aquí.