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Una heroína de la Guerra Civil en Madrid

La Guerra Civil sorprendió a Babami y su familia de vacaciones en El Escorial. El 19 de julio su marido resultó detenido por milicianos y recluido en el patio del monasterio con otros veraneantes. Muchos de ellos, junto a los agustinos que regían El Escorial, enseguida fueron fusilados.

Babami no pudo visitarlo tras la detención, pero lejos de derrumbarse marchó a Madrid para solicitar ayuda a jefes, compañeros y amigos de Jesús Andreu. Así logró una orden de libertad. Luego volvieron a la casa familiar en López de Hoyos 9 y nunca más pisaron El Escorial.

A pesar de que los registros domiciliarios por bandas de milicianos a la caza de refugiados estaban a la orden del día, la familia Andreu-Peón dio cobijo a necesitados y perseguidos. En uno de esos registros, Babami tiró por la ventana a tiempo trece monedas de oro que conservaba de su boda. Esconder tal tesoro era un crimen que se pagaba caro.

Durante el primer año de la Guerra Civil, la casa de López de Hoyos 9 se convirtió en una especie de arca de Noé con overbooking total. Veintiseis personas, entre familiares, criadas y amigos, convivieron en aquel piso grande que Babami gobernó con gran tino. Salvo el comedor y la cocina, el resto de las habitaciones se alfombraban de colchones por la noche y se recogían de día.

Jesús Andreu logró en 1937 por medio de la embajada inglesa una docena de pasajes en el barco hospital Maine. Solo reservó tres para sus hijos y repartió el resto entre sus acogidos, que marcharon a Marsella. El matrimonio permaneció en Madrid abandonado a su suerte con los demás alojados.

Babami ayudó a propios y extraños hasta el final de la Guerra Civil. Incluso atendió en el portal de su casa a milicianos heridos por otros correligionarios, durante una refriega entre partidarios y detractores de la rendición de la capital. Por esa atención le prometieron una condecoración.

El ex presidente de la Diputación, Daniel de la Sota, buen amigo de Jesús Andreu, fue su asilado más ilustre, tras pasar por varias cárceles madrileñas. Don Daniel nunca olvidó aquel cobijo providencial.

Al acabar la Guerra Civil y reencontrarse con su familia en Pontevedra, lo primero que hizo De la Sota fue enviar un coche a Madrid para recoger a la familia Andreu-Peón y traerla a pasar el verano de 1939 en su finca de Salcedo. Allí disfrutaron de unas vacaciones inolvidables, después de tantos sufrimientos vividos. Luego nunca perdonaron sus veraneos en Beluso.

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