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Joaquín Rábago.

Explotación de la miseria adolescente

Durante mi etapa de corresponsal en la RFA, a finales de los años setenta, se publicó en aquel país el relato autobiográfico de una menor que documentaba la dramática situación de unos adolescentes, muchos de ellos de familias desestructuradas, a quienes la drogadicción había llevado a prostituirse.

El libro, titulado "Los niños de la estación del Zoo", por la estación berlinesa de ese nombre que frecuentaban aquellos adolescentes, fue un aldabonazo en la conciencia de toda una generación de alemanes, se tradujo a varios idiomas, y se llevó incluso con igual éxito al cine.

He pensado inmediatamente en aquel libro al leer ahora en el semanario italiano "L´Espresso" un estremecedor reportaje sobre una situación similar que tiene como protagonistas a muchos menores que se buscan la vida en Roma.

No son italianos como aquellos "muchachos de la vida", que retrató Pier Paolo Pasolini en una de sus novelas más conocidas y de los que el poeta admiraba su libertad y su espíritu de rebelión ajeno a la política, sino miserables inmigrantes procedentes en su mayoría de Egipto.

Recuerdan más bien a los adolescentes que vivían en las alcantarillas de Bucarest tras la caída del dictador comunista Ceaucescu y de cuya miseria se aprovechaban muchas veces pederastas sin escrúpulos llegados de los países occidentales.

Como esos, duermen también donde pueden, en los jardines próximos a las Termas de Diocleciano o en cualquier portal o alcantarilla, y se buscan la vida en los alrededores de ese vientre de la capital que es su estación Termini.

El autor del artículo ha entrevistado a algunos de esos muchachos como los egipcios Fathi o Abdul, que le cuentan cómo hombres maduros les pagan cincuenta o más euros a cambio de ciertos servicios sexuales.

"Viene a veces a buscarnos un hombre rico, tiene una casa y es inglés. Puedes tomar allí una ducha caliente y te enseña fotos y vídeos de otros niños que hacen el amor. Luego te da cincuenta o cien euros", cuenta, por ejemplo, Abdul.

Según el periodista, el pederasta resultó ser un estadounidense, ingeniero de una gran empresa aeronáutica cuyo pasaporte, confiscado por la policía, indicaba frecuentes viajes a Bucarest, Brasil y a la propia Roma.

La policía romana explica que antes de los preparativos para el Jubileo vaticano, los muchachos iban a los servicios de la estación, pero ahora frecuentan las calles próximas y que venden su cuerpo a adultos de todas las edades, incluso a algún párroco.

Uno de esos menores, de solo doce años, le cuenta el periodista que su madre pagó cinco mil euros a un traficante para que pudiera hacer la travesía por barco desde Alejandría y que tiene que reunir ahora esa cantidad en Roma para devolver el dinero.

"He intentado ir a los mercados de fruta, pero te dan solo dos o tres euros por ayudar a descargar las cajas. Y muchos te dicen que eres muy pequeño y no te quieren", explica el muchacho, que no se atreve a contar a su madre la situación en que se encuentra.

Es solo una entre miles de historias similares: según Europol, no hay rastro de diez mil menores no acompañados que llegaron a Europa en 2015 procedentes de países como Egipto, Eritrea, Somalia o Siria.

En Roma y toda su provincia son más de 2.400 los menores desaparecidos, de los que más de 2.200 son extranjeros, en su inmensa mayoría egipcios, muchos de los cuales acaban en las redes de la delincuencia organizada, según reconocen las autoridades.

También muchos toman drogas baratas como los gamines colombianos, pastillas antidepresivas u opiáceos que confunden los sentidos y les hacen tener la impresión de "ser invencibles" o les ayudan a soportar ciertas "prestaciones sexuales".

Es la más cruda explotación de la miseria adolescente.

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