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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los disparates

Así que, como los hechos son tozudos, a los profesionales del oficio político se le están acabando los argumentos para tratar de justificar que su mala imagen ante los ciudadanos es producto de falsedades de los media o de inventos cruzados de sus adversarios. Y como un efecto directo de la evidencia -y ése es quizás el peor de los daños-, se instala en la sociedad, cada vez con más fuerza, la aceptación del disparate como costumbre.

Y es que, verbigratia, por mucho que se pretenda explicar con razones técnicas, eso es lo que es -un disparate- que los diputados de la Mesa del Parlamento gallego cobren un 25 por ciento más que el presidente de la Xunta, y el titular de la Cámara casi el 50%. Y otro disparate, que el director de una televisión regional perciba más que un ministro, y que aquí tenga coche oficial cualquiera con carguito, o que la ciudadanía le pague el párking de los aeropuertos, la autopista y los billetes de avión a sus señorías mientras exhortan al sacrificio a todos los demás.

Y, ya puestos a disparatar, asombra que nadie, que se sepa oficialmente, haya renunciado a todos los privilegios siquiera para dar ejemplo de las prédicas electorales con la práctica de las "virtudes" que se atribuyen en exclusiva. Algunos, sobre todo los que acaban de llegar bajo proclamas igualitarias, dijeron que lo harían, pero falta el primero que lo haya cumplido. O que aceptase que su sueldo como representante se redujese en proporción con la media de los representados. Una situación que hace que se agarren al sillón como la lapa a la roca y que para llegar a él armen, los nuevos y los otros, emboscadas, trampas internas y navajeos.

Pero no conviene reducir la tesis sólo al ejercicio de la política y sus canonjías y golfadas. En otro orden de cosas, acaba de conocerse por este periódico que una compañía aérea hoy privatizada, ha decidido que sus vuelos de ida y vuelta a Madrid desde Vigo en el mismo día, encarezcan sus precios sustancialmente con los que hacen lo mismo pero con respecto a Santiago y A Coruña. Y a la espera de que algún idiota aparezca calificando de "localismo" denunciarlo, alguien tendrá que rectificar ese atropello, una injusticia que perjudica los intereses de media Galicia y de muchos millares de viajeros.

Y es que el país se está acostumbrando al absurdo como método y a tener, si no -de momento- por "normal" lo que no lo es, sí como "habitual" una serie de conductas que serían extrañas en cualquier lugar del sexto mundo. Pero hay algo peor: que un grupo de "mesías" recién llegados hablen de progreso al mismo tiempo que impulsan, como antes, la merdée.

¿O no...?

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