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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Un populista muy peligroso

La posibilidad de que el empresario inmobiliario Donald Trump (69 años, presbiteriano, y ascendencia escocesa) acabe siendo nominado como candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos ha comenzado a preocupar seriamente. Incluso a quienes lo consideraban un fenómeno pasajero que se iría diluyendo a medida que se producían las votaciones de primarias en los diversos territorios de la Unión. Las sucesivas declaraciones del candidato retrataban a un personaje peculiar, bocazas y con tendencia al histrionismo más grosero.

En su opinión, los millones de emigrantes latinoamericanos sin papeles deberían de ser deportados inmediatamente a sus países de origen; los mexicanos eran, por su naturaleza y salvo excepciones, corruptos, delincuentes y violadores; el cambio climático no existe y es un invento de los chinos para perjudicar a la industria textil norteamericana; la tortura por asfixia debería ser aplicada en los interrogatorios policiales; y el presidente Obama muy posiblemente no hubiera nacido en Estados Unidos, una circunstancia que debería haberle impedido presentarse a las elecciones. En fin, un rosario de disparates. Pero, sorprendentemente, en vez de disuadir a los electores republicanos los estimulaba a votarlo por delante de otros candidatos un poco menos reaccionarios. La última polémica con uno de sus directos adversarios en la carrera hacia la nominación refleja perfectamente las cotas de bajo nivel intelectual en que se mueve la campaña republicana. Ted Cruz -un "evangelista intransigente" según lo describe el editorial de un importante periódico- dijo de Trump que si las manos del empresario eran pequeñas eso significaba que otras partes del cuerpo también lo fueran, una alusión que todo el mundo entendió se refería al tamaño de sus órganos sexuales. La replica de Trump reivindicando un tamaño superior al normal para su pene no se dejó esperar.

Todas estas muestras de ingenio, más propias de un cabaret de ínfima categoría que de una contienda electoral en el país más poderoso del mundo, causaron preocupación en altas esferas de la administración norteamericana y en sus socios europeos. Hubo críticas por parte de un exdirector de la CIA, de los dos últimos candidatos republicanos a la presidencia, y hasta de la canciller alemana, Angela Merkel, y de su vicecanciller Sigmar Gabriel que describió a Trump como un "peligro para la paz". Y más cerca de nosotros, el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa lo definió como "un fenómeno tristísimo, que es la prueba de que los populismos llegan a todas partes".

La preocupación es comprensible pero el fenómeno no es de ahora. Por lo menos, en lo que se refiere a los candidatos del Partido Republicano. Sin remontarnos mucho más allá, Nixon tuvo que dimitir al probarse prácticas mafiosas en el ejercicio de su cargo; Ford acreditó -como dijo uno de sus críticos- que los años en que jugó al fútbol americano sin casco dejaron huella en su cabeza; Reagan no era precisamente un intelectual; y Bush hijo, que llegó al cargo de manera irregular, fue uno de los principales causantes de la desestabilización que padecemos. La propensión hacia el populismo -o cuasi fascismo- de una parte importante de la población y de las elites gobernantes norteamericanas ya fue bien estudiada antes de la aparición de Trump. Entre otros, por el fallecido Gore Vidal.

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