Lamento muy sinceramente que mi relación con don Ramón Otero Pedrayo haya sido muy tarde cuando lo traté personalmente y conocí su desbordante humanidad.

La primera vez que lo escuché fue en una conferencia en la Universidad de Compostela a la que asistí con Gonzalo Rodríguez Mourullo, el alumno más inteligente de nuestro curso de Derecho. Al concluir aquella conferencia, en verdad vibrante, barroca y atrayente, me dijo: "Este hombre es un sabio", afirmación que he guardado en un permanente recuerdo.

Yo no estoy capacitado para hacer una síntesis de la obra de don Ramón y menos aún para emitir un juicio sobre su contenido o valorar las piezas más meritorias de su enciclopédica; pero lo que sí puedo afirmar es que Otero Pedrayo fue el escritor gallego que ejerció el magisterio con el mayor acierto y cariño sobre la cultura pacega y ello porque además de vivirla era un enamorado de los pazos.

Desde que me adentré en la historia social, política y económica de los siglos XVII y XVIII de Galicia pude apreciar que la exactitud, la belleza, el cariño y la fantasía hacia la piedra angular de aquellos siglos era monopolio de don Ramón y ello porque a los pazos los tenía en el corazón y en la añoranza.

Pese a mi relación tardía con don Ramón, guardo, como un verdadero tesoro, trece cartas, una tarjeta y un guión de una conferencia que no llegó a pronunciar; son los años finales de una larga y fructífera vida que, unida a la enfermedad que padecía, su estado de ánimo estaba condicionado por una clara melancolía.Por ello recuerdo, con verdadera satisfacción, una de las cartas en la que decía : " Estos días me he sentido decaído y triste. La hermosa publicación (se refiere al Volumen I del Inventario de Pazos y Torres) me ha fortalecido y animado .El sol de otoño en las solanas barrocas han sido siempre un encanto".

Es cierto que la enfermedad de su mujer y las limitaciones de sus muchos años causaron en don Ramón una situación de abatimiento, aun que, como él mismo reconoció en su carta de 24-7-1973, a todo ello se le unía algo muy entrañable, su amor dolorido por la aldea: "La causa última es la casi muerte de la aldea gallega, en sus esenciales y afectivas formas tradicionales en que fui criado y viví tantos años. Hoy el labriego auténtico es casi tan raro como el auténtico hidalgo. Desde mi solana de Trasalba, ese inmenso horizonte, percibo crecientes ruinas de aldeas y pazos. También han huido los pájaros. Es triste."

Pero la tristeza y el abatimiento de don Ramón hace años que no existen, pues, de acuerdo con la promesa de Jesús (San Juan 12.2) "en la Casa de mi Padre hay muchas moradas", yo estoy seguro que él ocupará la de los buenos y los justos y, por ello, su alegría ya es eterna.