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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Memorias a toro pasado

A toro pasado, todos nos arrimamos. Como era de esperar, el 35º aniversario del fallido golpe de estado del 23 de febrero de 1981 sirvió de pretexto para que algunos de los que vivieron aquel acontecimiento saquen lustre a los recuerdos. Y a ser posible hasta le den un retoque favorecedor, como suele ocurrir con la restauración de los retratos de encargo. En un periódico madrileño que leo con habitualidad describen a sus redactores de entonces cómo "unos locos que habían decidido salir a la calle para luchar por la democracia con un periódico contra unos señores armados con un fusil". El periódico salió a la calle pasadas las 9 de la noche cuando los quioscos estaban cerrados y las calles de Madrid prácticamente vacías y los pocos empleados que lo repartían no se encontraron, por suerte para ellos, con ninguna persona armada que se lo impidiese. Con el paso de las horas, y mientras la situación se aclaraba, el periódico fue sacando sucesivas ediciones hasta que una de ellas pudo repartirse incluso dentro del Congreso después de que Tejero hubiera negociado su rendición.

Todos los que ya tenemos una cierta edad guardamos memoria de una jornada cuyos entresijos siguen generando controversia. Al que esto firma, por ejemplo, el 23 de febrero de 1981 le cogió en Oviedo. Era redactor jefe de "La Nueva España", presidente del Comité Intercentros de los Medios de Comunicación Social del Estado y en los ratos libres ejercía de abogado. Pasaban un poco de las seis de la tarde cuando entró muy agitado en la redacción Luis Alberto Cepeda, director adjunto, para avisar de la entrada de la Guardia Civil en el Congreso. Luego, seguimos los acontecimientos por la radio, oímos los disparos de ametralladora en el hemiciclo y las órdenes de Tejero ordenando tirarse al suelo a los diputados. Y después un teletipo de Efe dando noticia del bando de Milans del Bosh en la Capitanía General de Valencia.

Yo aproveché (era muy oportunista entonces) para llamar al director técnico de nuestra cadena de prensa y pedirle que enviara a todos los periódicos una nota de los trabajadores en apoyo a la Constitución. El director técnico, un hombre de inocultables simpatías al viejo régimen, me contestó que él se limitaba a esperar instrucciones. "Pero de que coño de instrucciones me hablas -le dije- si el Gobierno y el pleno del Congreso están secuestrados. Como no sean órdenes militares...". "¡No seas impertinente!", me replicó airado y colgó el teléfono. En vista de que esa vía estaba cegada llamé a Efe a un compañero y le pasé el comunicado que él tuvo a bien transmitir por el teletipo de la agencia.

En aquella jornada de largos y espesos silencios, creo que entre el bando de Milans y el discurso del Rey nuestra modesta nota de apoyo a la democracia fue la única que hizo repiquetear los teletipos. Y tampoco recibimos en el periódico ningún comunicado de partidos, sindicatos o asociaciones. Nada, silencio total, como si se los hubiera tragado la tierra. Al día siguiente, en cambio, una vez se supo de que parte soplaba el viento que infla las nóminas, la avalancha de adhesiones a la democracia fue inenarrable. Desde las reverendas monjas clarisas hasta clubes de montañeros o equipos ciclistas, allí no faltaba nadie.

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