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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La selva

A estas alturas, y con la que está cayendo, parece increíble que quienes dirigen el cotarro en este país no se hayan percatado todavía de que el problema de la corrupción no es coyuntural sino sistémico y que por eso les afecta a todos de una u otra manera y extensión. Y de que ya no convence la monserga recordando que los jueces actúan, la policía funciona y las leyes mejoran: aquí todo ello ya no sosiega sino que irrita, y la gente corriente se fía cada vez menos del oficio.

(Y otra prueba de que no son pocos los que están en la inopia es el tatán a un fenómeno que, como Podemos -y cía- se dice "nuevo" y "limpio" pero acoge los viejos defectos y corruptelas de la antigua izquierda revolucionaria, mitad trostkista, mitad anarcoide. Y que predica cambiarlo todo pero para que siga igual, pero en lugares diferentes: los de arriba, abajo y viceversa, mientras los de enmedio, la gran mayoría, permanecen donde están, pero pagan los gastos del traslado.).

En este punto procede, seguramente un par de matices. El primero para insistir en que la irritación no solo se produce por el "inmenso latrocinio" -en frase de Menendez Pelayo para otra cosa pero que viene al pelo en esto-, sino porque para llenar las arcas que luego vacían los ladrones, se habilita una caza fiscal -para mayor vergüenza,disfrazada de lucha contra el fraude- del contribuyente fácil de localizar y se multiplica la selva normativa que "legaliza" una política confiscatoria que sólo busca recaudar como sea.

El segundo matiz es necesario para ratificar que la incredulidad en quienes abonan con inmundicia esa selva se debe al incumplimiento sistemático de los pactos que inventa el oficio político para desviar las responsabilidades. Y desde hace mucho, además: no escasean los especialistas que lo datan quizá desde que se modificó la Ley de Régimen Local.

Y es muy posible. La nueva LRL y adyacentes,neutralizaron en la práctica a Interventores, Secretarios y demás funcionarios de los llamados Cuerpos Nacionales y dejaron en manos de advenedizos -muchas veces ni siquiera electos- bajo el teórico amparo de La Democracia, los asuntos públicos; muchos de ellos convertidos, desde entonces en pingües negocios privados.

Por eso la gente corriente está indignada, no se fía de los de siempre y presta su voto a quienes, con desvergüenza, se proclaman defensores de los débiles mientras roban a manos llenas. Tienen la ventaja de una complicidad galopante en diversos sectores mediáticos que tratan de cambiar de pesebre ahora que sus habituales no aportan alfalfa. Y hoy por hoy sólo cabe un consuelo: que no hay mal que cien años dure.

¿Eh?

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