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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El presidente perdido

Si es cierto que los caballeros solo deben apostar por causas perdidas, está claro que los quijotes de hoy en día debieran sumarse a la de Mariano Rajoy. Abofeteado por un imberbe en su ciudad de origen, insultado en la tele a hora punta y desdeñado incluso por algunos que acaso pastasen en el pesebre de su partido, el todavía presidente es la viva imagen de la desdicha.

Nadie diría que encabezó la candidatura más votada el pasado 20 de diciembre, a juzgar por su desaparición de un escenario que ahora se disputan Sánchez, Iglesias, Rivera y otros segundones de esos comicios. Perdido en las varias acepciones de la palabra, Rajoy ha pasado a ser un espíritu invisible que se limita a tramitar sin ruido los asuntos ordinarios de la gobernación.

Se ignora si lo suyo es desconcierto por lo que está sucediendo o quizá una nueva aplicación de su tradicional estrategia zen, basada en no moverse y esperar a que el adversario se cueza en su propia salsa. En casos como estos, los guionistas de las películas de vaqueros solían decir aquello de que algo traman los indios cuando están tan callados.

Trame algo o no con su voluntario mutis de la escena, lo cierto es que a Rajoy le ha tocado apurar las hieles del poder mucho más que las mieles. Siendo aún ministro, su jefe Aznar le endosó el marrón de la crisis del "Prestige", que tuvo que tragar con sus hilillos de plastilina incluidos. Las bombas de Atocha lo privaron después de la Presidencia del Gobierno que todas las encuestas le daban por ancha mayoría en 2004. Y cuando por fin la consiguió, siete años más tarde, lo que tenía para gestionar era un país en vísperas de bancarrota.

Situados al borde del abismo, otros hubieran optado por dar un decisivo paso adelante; pero Rajoy prefirió no atender a quienes le urgían el rescate de España y, mal que bien, consiguió mantener la limitada autonomía de la que gozan los países pobres de la UE. Como dice el propio afectado en su indescifrable lógica, lo mejor a veces es no tomar una decisión, porque eso es tomarla también.

No hubo aquí severas rebajas de pensiones como las sufridas por griegos y portugueses tras la intervención de la troika, ni los ahorradores tuvieron que hacer colas ante los cajeros automáticos para disponer de la pequeña ración diaria de billetes que deja libre cualquier corralito. Tampoco el Gobierno español se vio en el trance de que le elaborasen directamente sus presupuestos del Estado en Bruselas, bajo la supervisión de los hombres de negro que la troika mantiene acampados aún en Atenas.

Paradójicamente, son los partidos que toman como modelo a Grecia y Portugal -en vez de fijarse en Alemania- los que han recogido el voto de la gente indignada por los recortes, ciertamente notables, que hizo el Gobierno de Rajoy. Y también, claro está, por la oleada de corrupción bajo la que zozobra su partido.

Hartos de lo sucia que está la democracia, se diría que muchos españoles han optado por la solución radical de tirarla al río, en vez de pasar el duro trabajo de lavarla. Quizá sea eso lo que tiene un tanto perdido en el desconcierto a Rajoy, un hombre de orden a fin de cuentas. Salvo que haya decidido aplicar, una vez más, la vieja estrategia de quedarse quieto en plan zen que tan buenos resultados le dio en anteriores ocasiones. Con un presidente que se pierde no conviene dar nada por ganado. Ni por perdido.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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