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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los trileros

De modo que, como en esto de las advertencias es preferible pasarse antes que no llegar, pocos criticarán que se reincida en un aviso: que si no se le pone remedio a la crisis demográfica -o se oculta la perspectiva: Galicia registra la población activa más baja de los últimos diez años-, el resto de los asuntos políticos, financieros, económicos o sociales sonará a prédica de fraile. Y como quienes pagarán el pato no serán solo los gobiernos, sino los parroquianos, el horizonte presenta muy mala pinta.

Y no se trata de alarmar por las buenas o las malas: si se tiene la paciencia de repasar lo que dicen algunos acerca de los temarios de supuestos aspirantes a gobernar el país, no hay entre ellos -los estatales ya mismo, y otros dentro de poco- ni siquiera una cita remota al tema. Con intención clara o indirecta de engañar a la gente sobre la realidad, pero ahora que tantos se preguntan qué es corrupción atando moscas por el rabo para quedar excluidos de sospecha, conviene recordar que ocultar es un engaño y que eso es deshonesto.

Pero aquí no lo parece; se aplica lo de que dentro de unos años todos calvos, y a otra cosa. Eso sí: se ponen a discutir sobre quién ocupará tal o cual cargo, qué ventajas tendrá en él y de qué modo logrará sumar más votos la próxima vez, sea cual sea, como si el resto careciese de importancia. Y en realidad, para ellos no tiene ninguna; al fin y al cabo, el único lema, ético o no, que les convence es el de "ande yo caliente y ríase la gente". Eso es corrupción.

Dicho ello, y aunque existan otras opiniones, hay que añadir que de cuanto ocurre no solo tienen culpa o responsabilidad los que gobiernan o quieren hacerlo: también y quizá en el fondo los que más, bastantes de quienes depositan el voto. Unos porque, satisfechos, les da igual lo que le pase al resto y otros a causa de que, disconformes, denuncian esa corrupción, pero les vale cualquier solución que lleve a darle la vuelta a la tortilla incluso como único resultado.

Y es que, dicho con claridad, los dinamizadores del conjunto social que ahora existen aquí no parecen -con excepciones escasas- impulsados por ideas de vanguardia o de retaguardia ni por principios o valores firmes, sino por su ausencia total o casi; vale lo que vale; la audacia antes que el rigor y la desvergüenza frente al pudor. En definitiva, la prédica de que lo que defienden algunos es lo correcto y las creencias de los demás, no. Punto.

Y no basta para justificarlo eso de "es lo que hay". El mero hecho de jugar con los trileros que preguntan dónde está la bolita implica el deseo de ganar, pese a saber que hay trampa. Y eso es también corrupción.

¿Eh...?

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