De modo que, como en esto de las advertencias es preferible pasarse antes que no llegar, pocos criticarán que se reincida en un aviso: que si no se le pone remedio a la crisis demográfica -o se oculta la perspectiva: Galicia registra la población activa más baja de los últimos diez años-, el resto de los asuntos políticos, financieros, económicos o sociales sonará a prédica de fraile. Y como quienes pagarán el pato no serán solo los gobiernos, sino los parroquianos, el horizonte presenta muy mala pinta.
Y no se trata de alarmar por las buenas o las malas: si se tiene la paciencia de repasar lo que dicen algunos acerca de los temarios de supuestos aspirantes a gobernar el país, no hay entre ellos -los estatales ya mismo, y otros dentro de poco- ni siquiera una cita remota al tema. Con intención clara o indirecta de engañar a la gente sobre la realidad, pero ahora que tantos se preguntan qué es corrupción atando moscas por el rabo para quedar excluidos de sospecha, conviene recordar que ocultar es un engaño y que eso es deshonesto.
Pero aquí no lo parece; se aplica lo de que dentro de unos años todos calvos, y a otra cosa. Eso sí: se ponen a discutir sobre quién ocupará tal o cual cargo, qué ventajas tendrá en él y de qué modo logrará sumar más votos la próxima vez, sea cual sea, como si el resto careciese de importancia. Y en realidad, para ellos no tiene ninguna; al fin y al cabo, el único lema, ético o no, que les convence es el de "ande yo caliente y ríase la gente". Eso es corrupción.
Dicho ello, y aunque existan otras opiniones, hay que añadir que de cuanto ocurre no solo tienen culpa o responsabilidad los que gobiernan o quieren hacerlo: también y quizá en el fondo los que más, bastantes de quienes depositan el voto. Unos porque, satisfechos, les da igual lo que le pase al resto y otros a causa de que, disconformes, denuncian esa corrupción, pero les vale cualquier solución que lleve a darle la vuelta a la tortilla incluso como único resultado.
Y es que, dicho con claridad, los dinamizadores del conjunto social que ahora existen aquí no parecen -con excepciones escasas- impulsados por ideas de vanguardia o de retaguardia ni por principios o valores firmes, sino por su ausencia total o casi; vale lo que vale; la audacia antes que el rigor y la desvergüenza frente al pudor. En definitiva, la prédica de que lo que defienden algunos es lo correcto y las creencias de los demás, no. Punto.
Y no basta para justificarlo eso de "es lo que hay". El mero hecho de jugar con los trileros que preguntan dónde está la bolita implica el deseo de ganar, pese a saber que hay trampa. Y eso es también corrupción.
¿Eh...?