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De vuelta y media

La obra que fulminó a Tano Cochón

El nuevo edificio de la Caja de Ahorros a mediados de los años 50 fue un calvario para el reconocido arquitecto a causa de las exigencias sufridas

La noticia de la muerte fulminante de Tano Cochón corrió de boca en boca por toda Pontevedra desde primera hora de la mañana del 31 de enero de 1956. La consternación fue general y enseguida desbordó el ámbito local, porque tenía amigos en todas partes.

Una semana después, tal día como hoy hace sesenta años, la ciudad seguía llorando el repentino fallecimiento de un pontevedrés de corazón.

Robustiano Fernández Cochón, Tano siempre para amigos y conocidos, tenía 48 años, pero ya era toda una institución. Buen arquitecto y mejor persona, formaba parte del paisanaje por derecho propio, dada su implicación total y desinteresada en la vida local a través de las instituciones más señeras.

La tensión sufrida durante los seis meses anteriores a causa de los retrasos acumulados y los cambios impuestos durante la construcción del nuevo edificio de la Caja de Ahorros Provincial, su proyecto póstumo junto al Templo Nuevo de Marín, resultó fatal. El consejo de administración llegó a darle un ultimátum como máximo responsable de la obra, incluso con apercibimiento de romper su contrato.

Aquel dolor de cabeza un día sí y otro también que Tano Cochón aguantó desde mediados de 1955 terminó en un fulminante derrame cerebral aquella mañana aciaga. De ahí el impacto causado por la noticia de su fallecimiento en la entidad ahorrativa.

Los crespones negros que enseguida lucieron en sus respectivos balcones las sociedades recreativas supusieron todo un aldabonazo entre los pontevedreses. Veinticuatro horas después, los doscientos coches que coincidieron ante el domicilio familiar en Lérez para asistir a su entierro, hablaron por sí solos de la relevancia del finado, hoy un tanto olvidado por unos, acaso también desconocido para otros.

La iglesia de San Salvador de Lérez resultó insuficiente para acoger a tanta gente de toda condición social, llegada de todas partes para darle su último adiós a un hombre muy querido por su bonhomía, afabilidad y simpatía.

El cortejo fúnebre resultó impresionante. De Pontevedra no faltó ni una sola representación institucional, social o deportiva.

Particularmente numerosa fue la presencia de miembros relacionados con el sector de la construcción: arquitectos, aparejadores, contratistas, promotores, etcétera.

Hasta Pontevedra se desplazaron expresamente Francisco Javier Sánchez Cantón y José Pazó Montes, acaso los pontevedreses más importantes entonces de la colonia madrileña; desde A Coruña vino el marqués de Riestra (Raimundo), y desde Vigo se trasladó Valentín Paz Andrade, por citar algunas personalidades entre una relación interminable.

Aunque nacido en Santo Tomé de Nogueira (Meis), donde se depositaron sus restos mortales, Tano Cochón fue desde su infancia un pontevedrés más por deseo, por elección y por convicción tras cursar el bachillerato en el Instituto.

Con fecha de 22 de diciembre de 1934 obtuvo su reconocimiento oficial por parte de la Diputación como arquitecto provincial, aunque probablemente su relación profesional con dicha institución se produjo desde algún tiempo antes. A lo largo de veinte años, por tanto, ejerció una actividad continua y dejó una huella indeleble en todos sus edificios, desde el propio palacio provincial hasta el Museo de Pontevedra.

Además dispuso de un reputado estudio profesional en un ático remodelado, que anteriormente había ocupado el pintor Laxeiro, en una casa de los Riestra en la calle Michelena, frente al actual Ayuntamiento. De ese estudio salieron muchos proyectos de notable envergadura.

Solterón empedernido y, por consiguiente, liberado de cualquier atadura familiar, cuidado con mimo por sus tres hermanas, Lucía, Arminda y Joaquina, Tano Cochón colaboró cuanto pudo desinteresadamente con las instituciones pontevedresas.

Miembro muy activo del Seminario de Estudios Galegos, participó en sus secciones de Etnografía y Folklore, y Ciencias Aplicadas. Allí trabó una estrecha relación con Filgueira Valverde, Iglesias Alvariño, Novás Guillán e Iglesias Vilarelle.

Formó parte de la directiva del Club Pontevedra y fue presidente del Liceo Casino. Y cuando murió era miembro de la Asamblea Provincial de la Cruz Roja y presidente del Club Marítimo. Asimismo participó en la Comisión de Fiestas de la Peregrina y se implicó en la cuestación destinada a comprar un órgano para la iglesia de Santa María.

Jamás dijo que no a la llamada de cualquier sociedad recreativa o al apoyo de una noble causa por pequeña que fuera. Y nunca se privó de una buena tertulia en aquella Pontevedra de su tiempo, del Casino al Carabela.

Muy amigo de sus amigos, Agustín Portela Paz lo señaló junto a Fermín Bouza Brey, como "cómplice" impagable en la aventura de acometer "Pontevedra, boa vila", libro de culto para cualquier pontevedrés que se precie.

Robustiano Fernández Cochón mostró siempre un gran corazón, que le traicionó cuando se encontraba en la plenitud de su vida, tanto profesional como personal.

Por méritos sobrados, una corporación presidida por Filgueira Valverde dio su nombre a una calle que transcurre entre Juan Manuel Pintos y Avenida de Compostela, por un lateral del Pabellón de los Deportes, cerca de la casa donde vivió.

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