Antropólogos, politólogos y cronistas del futuro, interesados en conocer la sociedad española actual, deberán estudiar a fondo el XVI Congreso Nacional del Partido Popular, celebrado en Valencia en el año 2008, para comprender mejor nuestro particular sistema democrático. Allí, tras unos cuantos días de conspiraciones internas en su contra, se consolidó Rajoy como líder del partido con el indispensable apoyo del PP valenciano. Después de conocerse la trama de corrupción vinculada a los populares en la región mediterránea, destapada como consecuencia de la Operación Taula, la prensa ha rescatado de la hemeroteca el vídeo donde el ahora presidente del Gobierno en funciones, recurriendo, por decirlo de alguna manera, a un estilo coloquial, manifestaba su amor incondicional a Alfonso Rus, en aquel entonces alcalde de Xàtiva. "Yo te quiero, Alfonso, coño, te quiero, coño", proclamaba Rajoy entre ovaciones taurinas. En aquellos tiempos, los éxitos del regidor, ahora detenido, eran también los éxitos de Mariano, "que es uno de Pontevedra", como acostumbra a insistir el político en ocasiones, por razones confusas, para explicar algunos de sus pensamientos y acciones.

Esto se produjo el 8 de junio de 2007, antes de que tuviera lugar el célebre cónclave donde se fraguó el rajoyismo. "¿Cómo no te voy a querer?", suelen exclamar los aficionados del Real Madrid en su estadio. Sin embargo, lo esencial de aquellas jocosas declaraciones vino después de la exaltación de amistad, cuando se pronunció una frase que, a luz de los acontecimientos posteriores, a pesar de no haber sido elaborada con esa intención, quedará para la historia por su marcado carácter profético: "Yo quiero que lo que ha pasado aquí pase en muchas otras regiones de España". Efectivamente, así sucedió. La corrupción, a distintos niveles de indecencia y mezquindad, consiguió perpetuase en muchas comunidades autónomas gobernadas no solo por el PP, sino también por otros partidos de diferentes ideologías, desde el socialismo al nacionalismo, pasando por una variante todavía más compleja de este último: el pujolismo.

El congreso valenciano, decíamos, resulta fundamental si pretendemos repensar, que diría un académico, la democracia española. Si nos fijamos en los análisis periodísticos que se hicieron sobre el evento, podemos comprobar cómo lo más estudiado de aquella reunión política, incluso más que los discursos (cuando Manuel Fraga habló, según los testigos, algunos de los asistentes conversaban en el pasillo), fueron los gestos. Se preocupaban los expertos si José María Aznar, que entró en la sala a lo Mick Jagger, partiéndose de risa y dando bofetadas cariñosas a diestro y siniestro, había despreciado o no a Mariano Rajoy. Celia Villalobos, la actual vicepresidenta del Congreso de los Diputados, por ejemplo, recordaba que el expresidente "no es de Valencia ni de Andalucía" y que, por lo tanto, es "un poquito seco". Javier Arenas, por su parte, afirmaba que -atentos a la oración, seguro que memorizada en la intimidad- "detalles de apreciación subjetiva no constituyen tesis políticas". Entonces uno recuerda que de lo que se trataba de hacer en ese lugar, por lo menos en teoría, era escoger a un candidato para las elecciones generales. Lo que algunos trasnochados llaman primarias. Vaya cosa.

Este ejercicio puede ser todavía mucho más productivo si uno compara los archivos del acontecimiento con la cobertura mediática del Caucus de Iowa. Los candidatos republicanos y demócratas se presentaron la semana pasada en este estado con el objetivo de recolectar el mayor número de delegados posibles para las convenciones, de donde saldrán los próximos nominados de cada partido. Ted Cruz logró superar por poco a Donald Trump y Hillary Clinton se impuso por un margen muy estrecho a Bernie Sanders. Los republicanos, en esta primera fase de las elecciones, cuentan papeles con el nombre de los aspirantes; los demócratas, utilizando un sistema todavía más arcaico, cuentan personas: todos se reúnen en un pabellón de baloncesto y se distribuyen en varios grupos que apoyan a los diferentes candidatos, salvo el de los indecisos, que se mantienen al margen, esperando a ser convencidos por alguno de los miembros de las campañas. Esto provoca intensas discusiones sobre varios asuntos (ayudas a los veteranos de guerra, préstamos a los estudiantes, subidas y bajadas de impuestos, igualdad racial, conservación del medioambiente) y si los dudosos acaban siendo persuadidos por algunos de los discursos de los partidarios, se trasladan a otro círculo. Democracia en acción, lo llaman. Mucho lío. Habría que hablar de política.