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Presidente do Consello Galego de Colexios de Economistas de Galicia

Empleo y formación, binomio inseparable

Uno de los factores que de forma más amenazante se cierne sobre la frágil recuperación económica que estamos atravesando es el de la generación de empleo, que poco a poco se ha erigido en el auténtico nudo gordiano de los problemas de nuestra sociedad. Un asunto con numerosísimas aristas e interpretaciones, a una de las cuales me quiero referir: la inevitable vinculación entre nivel formativo y empleabilidad.

Existe un consenso generalizado que a mayor nivel de formación corresponde una mayor tasa de ocupación y una menor tasa de desempleo, a lo que habría que añadir un nivel salarial más elevado. El estudio Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2015 es muy claro en este sentido: la tasa de empleo en España de las personas con Educación Terciaria era de un 77% en 2014, mientras que los adultos con un nivel educativo de segunda etapa de Educación Secundaria era de un 66% y la tasa de empleo de las personas con un nivel educativo inferior a esa segunda etapa de Educación Secundaria no llegaba al 50%.

Paralelamente a esto, el incremento del paro ha tenido mayor incidencia en las personas con un menor nivel de formación. Las cifras indican que el paro aumentó un 20,5% en las personas analfabetas o solo con estudios primarios, incrementándose en un 15,6% para las personas con estudios secundarios, y solo en un 7,3% para las personas con estudios superiores. A mayor abundamiento, se observa que el tiempo que tardan en encontrar trabajo las personas demandantes de empleo es inversamente proporcional a su nivel de formación.

Paradójica y tristemente, los estudios también confirman que los jóvenes sin cualificación son los menos dispuestos a realizar actividades de formación permanente y de aprendizaje a lo largo de su vida -un 80 % de los parados existentes actualmente no realizan ningún curso de formación-, aunque en este asunto no solo influye la actitud de los desempleados, sino que el fallo también viene determinado por el funcionamiento del sistema.

Este terrible escenario requiere de un esfuerzo de primera magnitud por parte de los organismos públicos, en orden a procurar la formación permanente y la cualificación y recualificación de nuestros trabajadores, facilitando en especial la reconversión de aquellos que se han visto desplazados de sus puestos de trabajo y que han sido, sin lugar a dudas, quienes más han sufrido las consecuencias de la crisis.

Pero el binomio empleo-formación es todavía mucho más enrevesado, por lo que hemos de contemplar una nueva subtrama que no viene sino a complicar todavía más la situación del mercado laboral: me estoy refiriendo al problema de las numerosas vacantes que se quedan sin cubrir debido a que las empresas no encuentran el perfil adecuado, lo que muchas veces tiene que ver con el nivel de especialización requerido, con la formación. En este sentido, según un estudio de la consultora Randstad, España tendrá en 2020 casi dos millones de empleos de formación superior que no se podrán cubrir por falta de profesionales, lo que significa que habrá en nuestro país un elevado déficit de talento derivado del desajuste entre la formación de sus profesionales y las necesidades empresariales. Situación a la que hay que añadir la fuga de talento al exterior que se está produciendo a raíz de la crisis económica, a consecuencia de la falta de oportunidades para los jóvenes.

No podemos ocultar tampoco que, en la coyuntura actual, muchos jóvenes han decidido continuar sus estudios ante la imposibilidad de encontrar un trabajo, lo que conduce a una sobrecualificación que, en muchas ocasiones, se convierte en una barrera de entrada al propio mercado laboral, situación que nos aboca a una paradoja diabólica: se estima, por un lado, que cerca de un 10% de currículos se sesgan a la baja -es decir, ocultan información académica para optar a trabajos menos cualificados-, mientras que por otra parte, tenemos la certeza de que un mayor grado de formación implica un mejor trabajo. En otras palabras, el nivel formativo afecta positivamente a la calidad del trabajo pero, para determinados empleos, negativamente a la probabilidad de conseguirlo. Y ahí es donde el "binomio inseparable" que titula este comentario salta hecho trizas.

Sea como fuere, soy un firme defensor de la formación continuada y de calidad desde tempranas etapas y hasta los últimos estadios de la vida laboral. Y para muestra, no quiero terminar esta reflexión sin mencionar otra de las grandes ventajas de la formación, en tanto en cuanto supone un factor reductor de la distancia entre hombres y mujeres: las tasas de ocupación masculina y femenina en aquellas personas sin un nivel de formación superior registraron una diferencia de más de 13 puntos porcentuales, mientras que en las personas con educación superior se diferenciaron en tan solo 4 puntos porcentuales, como refleja la Encuesta de Población Activa.

Concluyo, si todo lo dicho anteriormente es vital para el desarrollo de cualquier sociedad, considero que cobra mayor importancia, si cabe, desde la perspectiva de Galicia, donde necesitamos cambiar a positivo un trinomio también indisociable: empleo, crecimiento económico y dinamismo demográfico.

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