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La dialéctica de los extremos

La anécdota es conocida y se ha contado muchas veces con diversas variantes, aunque lo esencial es más o menos esto: en los años de la posguerra, en una recepción en el palacio del Pardo, el escritor Agustín de Foxá -aristócrata, falangista, bon vivant- se pasa con las copas como suele ser lo habitual. Achispado, gesticulante, se acerca al general Franco y le dice: "Excelencia, odio a los comunistas". Franco, que conoce a Foxá y no siente ninguna simpatía por él -de hecho se lo ha quitado de encima mandándolo en misiones diplomáticas a Hispanoamérica-, le contesta displicente: "Sí, sí, Foxá, ya lo sabemos, es usted un buen español". A los cinco minutos, más borracho, más tambaleante, Foxá vuelve a acercarse a Franco: "Excelencia, odio a los comunistas". "Sí, sí, Foxá, pero está usted muy alterado. Tranquilícese. Salga a tomar el aire". Diez minutos más tarde, la escena se repite, sólo que esta vez Foxá casi no se tiene en pie: "Ex...ce? len? cia, odio a los comu?nis?tas". Franco ya no puede más. "A ver, que alguien se lleve a este señor. Parece que le ha sentado mal la comida". Cuando unos chambelanes se llevan a rastras a Foxá, éste se gira y señala a Franco: "¿Cómo no voy a odiar a los comunistas -balbucea-, si por su culpa tenemos que soportar ahora a este cabrón?".

Quizá no haya una anécdota mejor que ésta para definir lo que ocurre en estos días de polarización política, de vetos, de líneas rojas y de negociación agónica para formar un gobierno que nadie sabe si llegará a salir a flote o no. Porque está claro que la torpeza y la desvergüenza de unos ha creado el siniestro desvarío de los otros, del mismo modo que en los años turbulentos de entreguerras el fantasma del comunismo soviético creó los fantasmas no menos siniestros del fascismo y del nazismo. Es cierto que vivimos circunstancias mucho menos dramáticas, por fortuna, pero uno se pregunta cómo es posible que siete millones y medio de personas hayan votado a un candidato que en cualquier momento puede ser imputado por los casos más que sonados de corrupción que arrastra su partido. Y en sentido inverso, uno se pregunta cómo es posible que cinco millones y medio de personas hayan votado a un partido que ha recibido una más que probable financiación iraní o venezolana, y que encima tiene un discurso que en casi todos los aspectos de la economía y del empleo es puro pensamiento mágico. Comprendo que voten a Podemos y a sus confluencias y mareas y tsunamis todas las personas atribuladas que lo están pasando mal, pero que lo voten catedráticos de Derecho y jueces y empresarios y niños bien es un misterio que me supera por completo. Y del mismo modo, repito, me supera por completo que puedan votar a un partido como el de Rajoy cientos de jueces y catedráticos.

La clave, imagino, está en esa diabólica polarización ideológica que fractura las opciones centristas y favorece los extremos. Sólo así se entiende que Mariano Rajoy prefiera votar en contra de un posible gobierno PSOE-C's, lo que impulsaría a Sánchez a tener que apoyarse en Podemos y en los independentistas, cosa que sería un desastre para cualquier votante del PP (y para cualquier persona sensata, si es que queda alguna en este país). Y solo así se explica que haya una extraña pinza entre Podemos y el PP para torpedear cualquier posibilidad de acuerdo moderado. Pero está visto que los extremos se necesitan y se retroalimentan, ya que los defectos de unos no hacen más que afianzar y justificar los defectos de los otros, en esa espiral catastrófica que se apodera de ciertas sociedades en los momentos históricos en que todo lo que puede salir mal acaba saliendo mal.

Si dentro de un mes fracasan las negociaciones y hay que convocar unas nuevas elecciones que prácticamente no cambiarán nada, el viejo desprestigio de la clase política, lejos de disminuir, irá en aumento y alcanzará extremos que quizá ya sean irreversibles. Hay cientos de miles de personas en situación de emergencia social, y encima hay una comunidad que crea el 20% del PIB nacional que se quiere independizar por las buenas o por las malas, cosa que destruiría la caja común de la Seguridad Social, entre otras muchas catástrofes. Pero Rajoy y Pablo Iglesias siguen tirando de la cuerda con la remota esperanza de sacar tajada. Es la vieja dialéctica de los extremos de la que Agustín de Foxá solo pudo librarse bebiendo y bebiendo sin parar.

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