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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La conjura de los matemáticos

Google se ha convertido en la primera empresa del mundo por su valor en Bolsa, lo que demuestra que el buscador de palabras lo es también de tesoros para sus accionistas. La empresa de los números, curiosamente englobada bajo un nombre de letras como Alphabet, vale ya 545.000 millones de dólares: y subiendo.

No es la única, naturalmente. Otras empresas de la nueva economía del bit como Apple, Microsoft o Amazon, figuran también a la cabeza del repertorio mundial de ases de los mercados. Se diría que una sutil conjura de matemáticos -ya sea en su versión pura, ya en la rama delegada de informática- se está apoderando del planeta mientras aquí perdemos el tiempo en especular sobre el peligro de Podemos, los trinques del PP, el guirigay del PSOE y otras irrelevancias por el estilo.

Aboga a favor de esta hipótesis, todavía no descubierta por los teóricos de la conspiración, el hecho de que los dos fundadores de Google sean de origen judío: y uno de ellos -Serguéi Brin- nativo de Moscú, la antigua capital de la Unión Soviética.

Si a ello se añade que la clave de su éxito fue la invención de un algoritmo mágico capaz de encontrar en la Red cualquier cosa que uno busque en cuestión de segundos, las sospechas cobran cada vez más cuerpo.

Fácil es deducir que el algoritmo evoca las prácticas de la Cábala, disciplina hebrea que consistía precisamente en buscar los secretos ocultos de los textos adjudicando a las palabras un valor numérico. Al igual que los actuales genios de internet, los cabalistas reducían a números toda la vasta complejidad del conocimiento para extraerle a los textos su hermético significado.

Además del secreto de las búsquedas, Larry Page y Serguéi Brin le han sacado un montón de dinero a su invento; pero eso es lo de menos. Más que una caudalosa suma de billetes de banco, lo que los padres de Google han conseguido es dominar el mercado del conocimiento y, ya de paso, los hábitos de consumo e incluso de comportamiento de la clientela mundial que usa a diario su buscador. Eso es, directamente, poder; y lo demás, gaitas.

A diferencia de los viejos conspiradores, que elegían cenáculos más bien cutres para acordar sus planes de dominio del mundo, los actuales conjurados de la matemática utilizan los garajes para sus tenidas. Ahora se conspira en las cocheras de casa, donde nacieron emporios del calibre de Microsoft, Apple y, naturalmente, Google; por citar solo algunos ejemplos de la llamada "economía de garaje". La nueva revolución de las finanzas y las costumbres se ha gestado entre aromas de tubo de escape.

Comparada con esta ancha conjura de pitagóricos en la cochera, el proyecto de asalto al Gobierno que encabeza Pablo Iglesias en España resulta de una candidez casi entrañable, por no hablar ya de su limitadísimo alcance local.

No son penenes de una oscura Facultad de Políticas los que están revolucionando el mundo, sino jóvenes matemáticos e ingenieros devenidos en empresarios. Gente experta en los sortilegios del algoritmo, al modo de la Cábala, se ha hecho en muy pocos años con la Bolsa y, lo que es más importante, con los datos de consumo de miles de millones de compradores.

Extrañamente, se habla mucho menos de esta feliz conspiración de los bits que del movimiento de ideas algo viejunas hoy de moda en España. Será que aquí no disponemos de suficientes garajes para montar una revolución como Dios manda.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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