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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

De buenos y malos ladrones

Ha fallecido en Mojácar (Almería) donde residía desde el año 1977, el ciudadano británico Douglas Gordon, que por su edad, 86 años, debe de ser el último miembro vivo de aquel grupo de 14 hombres que el 8 de agosto de 1963 asaltó el tren correo que iba de Glasgow a Londres y se llevó un botín de 2,6 millones de libras esterlinas, (poco más de 40 millones al cambio actual). Por su minucioso estudio previo y limpia ejecución (solo el maquinista del convoy sufrió un puñetazo) el asalto al tren correo fue objeto de atención preferente en la prensa de medio mundo durante muchos meses. E incluso años después cualquier noticia sobre los protagonistas de uno de los más famosos atracos del siglo XX merecía honores de primera página.

En realidad, casi todos los miembros de la banda fueron detenidos seis meses de cometida la fechoría y condenados a penas de hasta 30 años de privación de libertad que algunos vieron notablemente rebajadas por buena conducta. No obstante, dos de ellos, Bruce Reynolds, considerado el cerebro del asalto, y Ronald Biggs vivieron una peripecia diferente. El primero pudo burlar a la justicia huyendo a México y Canadá durante cinco años hasta que cansado volvió a casa y fue puesto inmediatamente entre rejas. Y el segundo, huyó de prisión, se hizo la cirugía estética y escapó a Australia y luego a Brasil donde residió 31 años, se casó y tuvo un hijo para protegerse contra una demanda de extradición.

Los que tengan una cierta edad seguramente recordarán las fotos de Ronald Biggs y de su esposa Raimunda disfrutando del sol y del mar en la playa mientras la prensa sensacionalista y la policía británica le seguían los pasos. Luego negoció su regreso a Londres y tras una corta estancia en la cárcel fue puesto en libertad por su mala salud. La trayectoria vital de Douglas Gordon, el ladrón que acaba de fallecer, fue en cambio menos azarosa.

Tras cumplir doce años de reclusión en el Reino Unido se estableció en Mojácar y abrió en la playa un chiringuito, el Kontiki, que enseguida se hizo popular en la zona. En los obituarios de los periódicos se califica al viejo ladrón de "perfecto caballero" que gozaba de general estima entre sus convecinos, y el ayuntamiento de la localidad almeriense lo describe como un ciudadano ejemplar. El tratamiento no debe de resultarnos extraño. Los ladrones de guante blanco (es decir, aquellos que emplean el ingenio y no la violencia para perpetrar sus fechorías) suelen gozar de amplia simpatía popular.

En España, sin remontarnos al legendario Luis Candelas que se jactaba de no cometer delitos de sangre, tuvimos el caso de Eleuterio Rodríguez El Lute, un quinqui experto en fugas, y de Dionisio Rodríguez Martín El Dioni, un agente de seguridad que se llevó 300 millones de las antiguas pesetas de un furgón blindado que debía proteger. Y se han hecho muchas películas para glorificar esas hazañas (Topkapi, Rififi, El golpe, Atrapa un ladrón, etc., etc.). Quien roba a un ladrón, cien años de perdón, dice el conocido refrán. Otra cosa es el latrocinio de aquellos políticos que se llevan dineros públicos, es decir, de todos nosotros. Esos son particularmente odiosos.

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