Somos cerebros. Eso es lo que dice la neurociencia actual. Somos cerebros, cada uno de ellos con su nombre, mote o apellido. Jamás que "tenemos" cerebro. Somos cerebros sostenidos por el resto del organismo al que no se debe dar más importancia que la de sostener y alimentar al cerebro, que siendo un 2 % de nuestro peso consume el 20% de toda la energía de la que disponemos.
El hecho de que seamos cerebros incide en el lenguaje. Es correcto decir soy el cerebro e incorrecto que lo tengo, que equivaldría a afirmar que me tengo a mí mismo.
¿Qué dicen al respecto los filólogos? Escurren el bulto afirmando que su papel es el de notarios del lenguaje y no de los que inciden en su formación, que son los escritores y los hablantes.
Pues bien, si los neurocientíficos e investigadores afirman que uno es un cerebro sostenido por el resto del organismo y su prójimo es otro cerebro, ya dicho eso se están usando expresiones novedosas.
Es un hecho que si fuera posible -y seguramente lo es- mantener algún cerebro vivo fuera del cuerpo, ese cerebro poseería activas todas las características de la persona, mientras que los enfermos terminales de la enfermedad de alzhéimer son individuos despersonalizados, porque, destruido el cerebro, la persona desaparece.
Entonces, es posible admitir que la comunidad humana no es más que un conjunto de cerebros escondidos en sendos cráneos y comunicándose entre ellos mediante palabras sonoras o escritas.
Aunque esa fuera la realidad desde hace al menos siete millones de años, no la podíamos conocer hasta casi ayer.
Celebremos pues este nuevo saber, que nos enriquece en el conocimiento de nosotros mismos y hasta nos acerca unos a otros borrando las sinrazones que fanatizan a algunos humanos y los hacen hasta terroristas asesinos en nombre de las creencias o de las tradiciones.
